lunes, 29 de septiembre de 2014 0 comentarios

Lovecraft - Gilbert Stuart - Charles Dexter Ward



“Willet no vio nada más, pero aquellas líneas bastaron para inspirarle un nuevo y vago terror relacionado con el hombre que le contemplaba desde el cuadro colgado de una de las paredes del estudio. A partir de entonces, tuvo la extraña fantasía –su profesión le impedía que pasara de ser tal- de que los ojos del retrato revelaban una especie de deseo, si no tendencia concreta, a seguir al joven Ward mientras este se movía por la habitación. Antes de marcharse se acercó a examinar el cuadro y se maravilló del parecido que las facciones de Curwen tenían con las de Charles. Grabó en su memoria los menores detalles del pálido rostro, especialmente una leve cicatriz de la ceja derecha y decidió que Cosmo Alexander fue un pintor digno de la Escocia que sirviera de patria a Raeburn y un profesor digno de un maestro como Gilbert Stuart.”



El caso de Charles Dexter Ward. H.P. Lovecraft




Considerado el padre del retrato americano por sus contemporáneos, Gilbert Stuart comenzó su formación de la mano de Cosmo Alexander, pintor de origen escocés, con el que viajó por Norteamérica desde 1769 y a Escocia en 1771. En 1775 volvió a Gran Bretaña y se estableció en Londres, donde trabajó como asistente de Benjamin West durante cinco años. A partir de 1777 expuso sus obras en la Royal Academy y el éxito que alcanzó le permitió establecerse de manera independiente desde 1782. El mismo año de su boda, 1786, se trasladó junto a su esposa a Irlanda. Durante los cinco años que vivió en Dublín, trabajó como retratista de la minoría protestante.



En 1793 Stuart regresó a Estados Unidos con el propósito de conseguir retratar al primer presidente de la nueva nación, George Washington, como el mejor modo de obtener una buena reputación como retratista. Para ello se instaló en Filadelfia, que por aquel entonces era la capital, y en 1795 consiguió su objetivo. A este primer retrato le siguieron muchos más, tanto del propio presidente y su familia, como de otras personalidades.
 

Con motivo del traslado de la capital a Washington, Stuart cambió su residencia a esta ciudad en 1803 para permanecer cercano a la que se había convertido en su clientela. Sin embargo, apenas dos años más tarde decidió viajar a Boston, donde vivió hasta su muerte.



El estilo lineal de los primeros años de Stuart evolucionó hacia una pincelada más suelta bajo la influencia de pintores como Benjamin West, Joshua Reynolds y George Rommey. Los retratos que realizó tras sus años de formación en Gran Bretaña, que le convirtieron en el retratista de la Revolución, fueron ampliamente copiados y gran número de pintores jóvenes, entre los que se encontraba Charles Willson Peale, se sintieron atraídos e influidos por ellos


martes, 23 de septiembre de 2014 0 comentarios

Gastón Morata - Calendario Gregoriano- Quimeras de Plomo



“Zacarías era una magnífica persona pero algo bambarria. Habitual que llegara tarde a las bromas o a las simples tomaduras de pelo que los demás hacíamos para relajar la tensión en el trabajo. Inicialmente no las comprendía y tardaba unos segundos en hacerlo aunque a los demás nos parecía una eternidad el tiempo empleado en discernirlas por lo que cuando reía abiertamente con carcajadas generosas, nos hacía reir a todos de nuevo. Y a él le gustaba contar a todo el que conocía y como gracieta, una anécdota que no todos entendían. “A mí estuvo a punto de ocurrirme lo que a Teresa de Jesús, la conocida y buena monja de Ávila, fundadora de las Carmelitas Descalzas y reformadora de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo –Zacarías siempre se recreaba al citar a la mujer fallecida en loor de santidad y cuya causa estudiaba la iglesia-, que murió un día cuatro y la enterraron al siguiente que era quince”. Zacarías había estado a punto de morir atropellado por un coche con caballos desbocados que, a toda velocidad, lo atropelló en la calle de San Juan de los Reyes. Contusiones múltiples, magulladuras por todo el cuerpo y un canguelo que le duró más de un mes fue todo el resultado del accidente, que ocurrió el jueves cuatro de octubre de 1582, el mismo día que falleció la monja abulense y que se implantó el nuevo calendario gregoriano en sustitución del hasta entonces vigente, el juliano. El día siguiente fue viernes quince de octubre desapareciendo diez días del almanaque”.



Quimeras de plomo. José Luis Gastón Morata.





¿Qué pasó el 6 de octubre de 1582? ¿O el 9 del mismo mes de aquel año? ¿Y el 14? No busquen en las hemerotecas. Aquellas fechas «desaparecieron» del calendario. La noche del 4 de octubre de hace 432 años dio paso... al 15 de octubre. El nuevo calendario gregoriano corregía así el desfase de días que al cabo de milenio y medio había ido acumulando el de Julio César, conocido como «juliano».
El emperador romano había reformado el calendario el año 46 antes de Cristo, aconsejado por el astrónomo Sosígenes de Alejandría según Plinio el Viejo. Establecía el 1 de enero como el primero del año de 365 días y seis horas. Tenía un margen de error de apenas 11 minutos y 14 segundos al año. El calendario juliano creaba el año bisiesto de 366 días con un día más entre el 25 y el 24 de febrero en los años divisibles por cuatro. Al día extra se llamó «bis sextus» por ser el 24 de febrero el «sextus kalendas martii», de ahí el nombre de año bisiesto. Pero éstos se intercalaron de forma equivocada. 


La Iglesia acometió la tarea de lograr un calendario más exacto que corrigiera el desfase. El primer Concilio de Nicea había fijado el momento astral en que debía celebrarse la Pascua y, a partir de ésta, el resto de las fiestas religiosas y se veía necesario ajustar el calendario civil para regular el litúrgico. Ya había habido varios intentos, pero fue en el Concilio de Trento cuando se impulsó de nuevo la corrección. En el siglo XVI el equinoccio de primavera caía el 11 de marzo, en lugar del día 21.
El Papa Gregorio XIII (1572-1585) puso en marcha una comisión científica de la que formaba parte el cronologista italiano Luis Lilio, el jesuita Christophorus Clavius, el cosmógrafo Ignazio Danti y en la que también participó el matemático hispano Pedro Chacón.
El Pontífice había ordenado levantar un observatorio en el Vaticano provisto con el mejor instrumental de la época, la denominada Torre de los Vientos en la que Danti realizó un meridiano que confirmó las correcciones del calendario con la luz solar que se filtraba a través de un agujero en la pared sue..
Los expertos coincidieron en que el año bisiesto se repitiera cada cuatro años, a excepción del último de cada siglo cuyo número de centenas no fuera múltiplo de cuatro. Así se adaptaba mejor el calendario al año solar, aunque aún existe un error de casi 26 segundos por año. 


El 24 de febrero de 1582 Gregorio XIII promulgó la entrada en vigor del calendario que después se conocería por su nombre mediante la bula «Inter Gravissimas»: «Con objeto de que el equinoccio vernal, que fue fijado por los padres del Concilio de Nicea en las duodécimas calendas de abril [21 de marzo], se devuelva a dicha fecha, prescribimos y ordenamos que se eliminen de octubre del año 1582 los diez días que van del tercero después de las nonas [el día cinco] hasta el día previo a los idus [día 14], ambos incluidos. El día que seguirá a las cuartas nonas [el cuatro de octubre], en el que tradicionalmente se celebra San Francisco, serán los idus de octubre [el 15], y se celebrarán las fiestas de los mártires San Dionisio, Rústico y Eleuterio, así como la memoria de San Marco papa y confesor, y de los mártires San Sergio, Baco, Marcelo y Apuleyo».
Diez días «desaparecieron» para los países que adoptaron el calendario gregoriano. España y Portugal aplicaron la reforma el mismo día que Roma, el 4 de octubre de 1582. Las vicisitudes para la puesta en práctica de la reforma llevaron a Felipe II a firmar un año después la pragmática de Aranjuez para su adopción en todos sus territorios. Alemania continuaría con el juliano hasta 1700, Inglaterra hasta 1782, Rusia no lo cambió hasta 1918 y Grecia hasta 1923.


miércoles, 10 de septiembre de 2014 0 comentarios

Alexander Berkman-Leviatán- Paul Auster



“Ése fue el punto de partida, creo, ése fue el primer paso hacia una especie de acción legitima. Hasta entonces ni siquiera había abierto al puerta. Estaba demasiado asustado, supongo, demasiado temeroso de lo que podría encontrar si empezaba a mirar. Pero Lillian había salido otra vez, María estaba en el colegio y yo estaba solo en casa, empezando lentamente a perder la razón. Como era previsible, la mayor parte de las pertenencias de Dimaggio habían sido retiradas de la habitación. No quedaba nada personal: ni cartas, ni documentos, ni diarios, ni números de teléfono. Ninguna pista acerca de su vida con Lillian. Pero tropecé con algunos libros. Tres o cuatro volúmenes de Marx, una biografía de Bakunin, un panfleto escrito por Trostski sobre las relaciones raciales en los Estados Unidos, esa clase de cosas. Y luego, en el último cajón de su mesa, encuadernada en negro, encontré una copia de su tesis. Ésa fue la clave. Si no hubiese encontrado eso, creo que ninguna de las otras cosas habría llegado a suceder.
Era un estudio sobre Alexander Berkman, una reconsideración de su vida y su obra en algo más de cuatrocientas cincuenta páginas. Estoy seguro de que te has tropezado alguna vez con ese nombre”.


Leviatán. Paul Auster.






Proveniente de una familia acomodada —su padre fue autorizado, como judío, a vivir en San Petersburgo, y ejercía el comercio mayorista de calzado—, Alexander Berkman fue un rebelde precoz: a los quince años fue expulsado de la escuela por insubordinación y ateísmo; a los diecisiete, ya huérfano, tuvo que emigrar a los Estados Unidos, después de no poder estudiar en las escuelas oficiales y ser perseguido por sus actividades conspiradoras

Berkman llega a Norteamérica en un período especialmente convulsivo desde el punto de vista social. Acababan de ocurrir los sucesos de 1886 que dieron lugar al asesinato de los "mártires de: Chicago", todo lo cual le llevó a acercarse a Johann Most. Más tarde pasó a colaborar con el periódico yiddish Pioneros de la Libertad.

Preparaba su retorno a Rusia cuando, el 22 de julio de 1892 protagonizó el atentado que le haría famoso y que le llevaría a las mazmorras. La víctima tenía que haber sido el brutal gerente de las acererías Carnegie, Henry Clay Frick, principal responsable de la ma­tanza de once obreros durante una huelga, un detalle sin apenas importancia para el “talón de hierro”. Pero, mientras que Clay, levemente herido, no tuvo que rendir cuentas por este asesinato masivo, Berkman fue condenado a 22 años de cárcel, cuando la sentencia prevista por un atentado frustrado era de siete.



Cumplió nada menos que catorce años, durante los cuales, leyó, estudió, y escribió, al tiempo que sufría unas condiciones carcelerías a veces infrahumanas, y por supuesto, desesperó muchas veces. Cuando salió a la calle reanudó sus vínculos con Emma Goldman, y se mostró sediento de acción militante, aunque por entonces ya era muy crítico con la acción terrorista individual que pregonaba el terrible Johann Most. Fueron años de una intensa actividad propagandística a través de mítines, conferencias, manifestaciones y trabajos para la prensa libertaria. En 1912, Berkman tomó parte en la creación de la Ferrer Modern School de Nueva York, donde también ejerció como profesor intentando propagar los métodos de Ferrer i Guardia.

Había dirigido anteriormente una revista con Emma Goldman, la mítica Madre Tierra, y publicado sus Memorias de prisión de un anarquista, que había ofrecido infructuosamente a Jack London que empero, se inspiró en los recuerdos de cárcel de Berkman para escribir El vagabundo de las estrellas, obra que causó la profunda indignación de Alexarder que se sintió estafado por el famoso novelista que, empero, consiguió una de sus obras más logradas e inclasificable; empero años después, Berkman trató de componer un guión cinematográfico con el que trató de convencer entre otros a Lionel Barrymore, pero no le hicieron el menor caso.



Berkman se marchó después a California donde publicó, en San Francisco, una revista pro­pia, La explosión entre 1915 y 1916. Junto con Emma fue uno de los principales artífices del movimiento contra la intervención norteamericana en la guerra europea, desarrollando una intensa propaganda contra el militarismo y la guerra. Esta actividad le llevó de nuevo a prisión durante siete meses, y fué deportado. Favorable con matices a la revolución dirigida por los bolcheviques, Berkman regresó con Emma a la Rusia de su juventud y fue recibido como un revolucionario perseguido por el capitalismo.



Su actuación se inició bajo el signo de la colaboración crítica pero también entusiasta y durante la guerra civil, trabajó sin problemas en un frente amplio. Luego continuó intentando contrarrestar la represión contra los anarquistas para llegar finalmente a la ruptura con ocasión de los acontecimientos de Kronstadt. Sobre toda esta experiencia publicó varios libros: La rebelión de Kronstad, La tragedia rusa: reseña y perspectiva, y sobre todo El mito Bolchevique, que supuso uno de los primeros alegatos doctrinales del anarquismo contra el curso que tomaba la revolución, un curso que Alexander y Emma veían más desde el ángulo de lo que “tenía que ser” que desde “lo que podía ser” en unas circunstancias que, sino justifican toda la actuación bolchevique, sí la explican bastante.

Para Berkman, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, la autocrítica leniniana contra la “línea de ofensiva” expresada en los dos primeros congresos de la Internacional Comunista, y especialmente en las acciones de los recién constituidos partidos comunistas en lugares como Hungría y Alemania, no era parte de un debate político necesario, sino que, lisa y llanamente era algo que “negaba todo lo que él había creído desde siempre”. Como si la revolución fuese una línea recta determinada por la grandeza de los ideales emancipadores.

En diciembre de 1921, Berkman se marchó a Alemania ilegalmente, y después, a Francia, donde vivió, cada vez más solitario y desesperanzado, amenazado constantemente con la expulsión y trabajando como publicista y traductor. En París escribió su último libro, ABC del comunismo libertario (Júcar. Madrid. 1981) por encargo de la Federación Anarquista Judía de Nueva York. Este libro muestra el alto grado de dominio de las concepciones anarquistas de Berkman, encarando un riguroso análisis del capitalismo y a sus instituciones (religión, tribunales, cárceles. escuelas, familia, parlamento, etc) con una crítica simultánea de la experiencia bolchevique.

Para Berkman: "La libertad plena es el aliento mismo de la revolución social; y no se olvide nunca que el mal y el de­sorden se curan con más libertad., no con su supresión".





Toma parte amargamente en las disputas que enfrentan a las diferentes tendencias del anarquismo rusa en el exilio, mostrándose contrario a las posiciones de Archinoff. Enfermo, desfondado en plena penuria se suicidó disparándose una bala en Niza, el 28 de junio de 1936. Emma Goldman. En el prefacio del ABC, escribe en sus memorias: "Se entregó a su ideal y le sirvió resueltamente, excluyendo cualquier consideración de sí mismo. Si hubiera anticipado remotamente la llegada de la revolución española. habría hecho un esfuerzo para continuar viviendo a pesar de su psiquismo quebrantado y de otros muchos handicaps..."

martes, 2 de septiembre de 2014 0 comentarios

Glinka-Bernie Gunther-Philip Kerr



     ¿De veras se merecía esto? ¿O es que les hacía falta poner una bonita estatua y dio la casualidad de que un boyardo cualquiera cerró la tapa de su piano de una vez por todas? –Leí las fechas del nacimiento y la muerte de Glinka en el pedestal-. Humm, 1857. Parece que fue ayer. Por aquel entonces Alemania no era más que un destello en los ojos azules de Bismarck. Si el viejo “sangre y hierro” hubiera sabido entonces lo que sabemos ahora, ¿cree usted que lo habría hecho? ¿Habría unificado todos los estados alemanes en una gran familia feliz? No estoy tan seguro.
Quidde se apresuró a llevarme hacia los árboles como si fuera más probable que sospecharan de nosotros si nos quedábamos cera de la estatua. Volvió la vista varias veces con ademán inquieto, casi como si esperase que Glinka bajara del pedestal y nos persiguiera con la batuta y un par de compases de música sesuda en la mano.
 Un hombre sin aliento. Philip Kerr.


Mijaíl Ivánovich fue un compositor ruso, considerado el padre del nacionalismo musical ruso.
Glinka fue el primer compositor ruso en ser reconocido fuera de su país y, generalmente, se lo considera el 'padre' de la música rusa. Su trabajo ejerció una gran influencia en las generaciones siguientes de compositores de su país.



Sus obras más conocidas son las óperas Una vida por el Zar, (estrenada en 1836) que es la primera ópera nacionalista rusa; y Ruslán y Liudmila (estrenada en 1842), cuyo libreto fue escrito por Aleksandr Pushkin y su obertura se suele interpretar en las salas de concierto. En Una vida por el Zar alternan arias de tipo italiano con melodías populares rusas . No obstante, la alta sociedad occidentalizada no admitió fácilmente esa intrusión de "lo vulgar" en un género tradicional como la ópera.
Durante sus viajes visitó España, donde conoció y admiró la música popular española, de la cual utilizó el estilo de la jota en su obra La jota aragonesa. “Recuerdos de Castilla”, basado en su prolífica estancia en Fresdelval, “Recuerdo de una noche de verano en Madrid”, sobre la base de la obertura "La noche en Madrid", son parte de su música orquestal. El método utilizado por Glinka para arreglar la forma y orquestación son influencia del folclore español. Las nuevas ideas de Glinka fueron plasmadas en “Las oberturas españolas”. Sus obras orquestales son menos conocidas.
Inspiró a un grupo de compositores a reunirse (más tarde, serían conocidos como "los cinco": Modest Músorgski, Nikolái Rimski-Kórsakov, Aleksandr Borodín, Cesar Cui, Mili Balákirev) para crear música basada en la cultura rusa. Este grupo, más tarde, fundaría la Escuela Nacionalista Rusa. Es innegable la influencia de Glinka en otros compositores como Vasili Kalínnikov, Mijaíl Ippolítov-Ivánov, y aún en Piotr Chaikovski.
 

 
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