martes, 28 de mayo de 2013 0 comentarios

Marsé-Perfidia-Barcelona.




Los ruiseñores de la nostalgia terminan a coro la canción y ríen y aplauden, abrazándose. Algunos se acercan a la mesa a por más vino; el pianista le cede el sitio a mi madre y ella da un traspié y se cae arrastrando una silla. Se parte de la risa. La ayudan a levantarse y entonces una de las vicetiples ataca melancólicamente la canción Perfidia. Mujer, si puedes tú con Dios hablar, pregúntales si yo alguna vez te he dejado de adorar. Mi madre se enternece aún más y busca al Mago Fu-Ching con la mirada. Y el mar, espejo de mi corazón, las veces que te ha visto llorar…El Mago Fu-Ching se llama en realidad Rafael Amat, ahora me acuerdo. Indiferente a las tiernas miradas de mi madre, ahora está de pie ante mí, tambaleándose un poco. El kimono y el gorro chino le sientan bien. Me sonríe, levanta un poco las manos y en ellas aparece súbitamente una baraja, mientras los demás siguen cantando junto al piano. Sonriente y refinado, con una gestualidad llena de precisión, Fu-Ching mueve los largos dedos con endiablada rapidez y exhibe unos dientes podridos ofreciendo a mi consideración diversos números de ilusionismo y prestidigitación. El final de la canción Perfidia coincide con el final de los juegos de manos y los aplausos de los invitados se mezclan con las reverencias del Mago.

El amante bilingüe. Juan Marsé.



 

La novela de Juan Marsé "El amante bilingüe" ofrece una mirada irónica y desencantada sobre la dualidad cultural y lingüistica de Barcelona. Es, asimismo, la historia de una singular esquizofrenia, pero tambien la historia de una nostalgia; la nostalgia de ser otro, de exhibir otra máscara, de burlar al espejo. 
jueves, 23 de mayo de 2013 0 comentarios

Torvizcón-Mayoyos-Manigua



“De manera que, con mis libros y mis cuadernos bajo el brazo, y el recuerdo siempre vivo de Eusebio dentro de mi corazón, volví a subir a la calle Cárcel Alta, donde fui muy bien recibida por las profesores y en especial por Doña Amparo y por su hija, que ya era maestra en la Escuela de Prácticas.
Nada más llegar, la siempre alegre y optimista Candela, como a ella le gustaba que le dijéramos, me estuvo animando a prepararme bien y terminar de sacarme el título, porque, según me dijo entre risas y con aquel su manoteo característico, le estaba hablando a un muchacho que era maestro en Torvicón, un pueblo de la Alpujarra. No iban a tardar mucho en casarse, y en cuanto lo hicieran, tenía pensado irse con él a su escuela, de manera que el puesto suyo quedaría vacante y yo podría ocuparlo si ella me proponía como sustituta…..”

Hija de la Manigua. Isabel Sánchez Ballesteros.

Torvizcón. La tierra de los mayoyos.





Asentado junto al margen izquierdo de la rambla que lleva su nombre y mirando al poniente desde la falda del cerro del Cercado, a la izquierda del cerro Salchicha, se encuentra Torvizcón.

Entre sus tradiciones destaca una que no deja impávido al forastero. Es la cría del llamado cerdo de San Antón, que anda suelto por las calles con un lazo rojo atado al cuello. Los vecinos están obligados a contribuir a su alimentación para luego sortearlo en la plaza del pueblo al final de las fiestas.

El nombre del pueblo puede provenir, como argumenta el hispanista Gerald Brenan, del arbusto conocido como torvisco, abundante en la zona y usado antiguamente según la tradición para curar el ‘mal de ojo’. Nombrada por Pedro Antonio de Alarcón como la “ciudad favorita del sol”, fue considerada en otro tiempo la capital de la Contraviesa, ya que la mayor parte de esta sierra está comprendida en su término municipal. Torvizcón conserva uno de los conjuntos urbanos mejor cuidados de la comarca.


Algunos historiadores consideran que en este territorio ya existía un asentamiento humano en la época del Imperio Romano, con el nombre de Turidianum. Posteriormente, durante la dominación árabe Torvizcón alcanzó un notable esplendor gracias a su fructífera agricultura, pues los moriscos instalaron en la zona novedosos pozos y sistemas de riego. Por entonces producía seda de mucha calidad y se cultivaba viñedos para exportar pasas.

Con la reconquista cristiana y la posterior sublevación y expulsión de los moriscos sufrió un importante despoblamiento. Se fue recuperando poco a poco, llegando a recibir en el siglo XVII el título de villa. En el siglo XIX agrupaba gran cantidad de cortijos y ahora es objetivo de un incipiente turismo rural.

Además de tener la cultura culinaria común de la comarca (puchero de hinojo, migas, fritadilla de conejo, choto al colorín…), en Torvizcón tienen fama los dulces elaborados a base de higos secos como es el pan de higo.



lunes, 6 de mayo de 2013 1 comentarios

Apolo XI-Salazar-Rafael.


"Matías Verdón pagó el desayuno y tiró del Desastres hacia la calle. El rostro de felicidad del hombrecillo denotaba otra noche loca junto al cementerio. "Bien pronto se ha confiado la Felisa", apuntó mirando la sonrisa estúpida del amigo. "Mis polvos me ha costado" comentó orgulloso Desastres, subiéndose a tirones los pantalones. " Una máquina, Matías, estoy hecho una máquina"
Pasearon hasta el despacho del detective haciendo un par de paradas ineludibles en el Bar Requena y el Apolo XI donde departieron sol y sombra y analizaron concienzudamente la derrota del Granada CF contra el Olímpic de Játiva en casa, donde los aficionados intentaron apalear al presidente del club, el Desastres entre ellos"

"Golpes tan fuertes" Alfonso Salazar.




 El local del Bar Apolo XI, ocupado actualmente por la tienda de ropa Impacto.

 Los Billares de Rafael son actualmente una academia, creo que regentada por un hijo de Rafael.
 El bar Apolo XI estaba a mitad de la Avenida de Dílar, un poco antes, o un poco después, dependiendo de si ibas o venías de Graná, de llegar a lo que fue el Cine Apolo. Tenía a finales de los 70 una maquina recreativa de naves espaciales en la que en infinidad de veces escribí mi nombre como propietario de la máxima puntuación, lo que, y esto era lo importante, te permitía jugar gratis pasándole pantallas a los más nuevos o más torpes. Parte del bar daba a un callejón sin salida, según unos; o a un patio abierto a la misma Avenida de Dilar, según otros; al fondo del cual, en un local minúsculo, se ubicaban los Billares de Rafael; cuatro mesas, una de ellas americana, dos futbolines y tres máquinas de bolas, que el paso del tiempo convirtió en pinball, no me pregunten el porqué. Rafael era un tipo afable, sonriente, con carácter, capaz de manejar situaciones complicadas, algún altercado o un pique, con una sola palabra, y que arreglaba, con infinita paciencia, la suela de los tacos de billar a la vista de los que allí jugábamos. Cortaba un trozo de cuero que adhería, con la superficie rugosa hacia afuera, a la virola con algún tipo de cola que desconocíamos, y le daba forma con golpes suaves, algunas veces contra el mismo suelo, para después recortar el sobrante de los laterales y darle tiza antes de subirlo al estante de tacos. Allí jugábamos con los hermanos Lozano, sabiendo que, ganase quien ganase, al final se pelearían entre ellos, la mayoría de las veces de una forma brutal; con el Mora, que ante una carambola complicada siempre optaba por jugar “fina y fuerte”, convencido de que cuantas más vueltas diese la bola, golpeando todas las bandas varias veces, más posibilidades tendría de hacerla. También jugábamos con Machado y el Coles, con Paco, que venía de los Billares Palacios, la competencia, y a quién no había manera de ganar un pierde y paga,  con Fernando, que a pesar de su minusvalía montaba en bici pedaleando con una pierna. Allí pasé una parte de mi adolescencia, fumando, jugando al billar, mirando como jugaban otros la mayoría de las veces, una parte que permanece oculta, que sólo de vez en cuando sale a la superficie.
Por eso he leído “Golpes tan fuertes”, el último libro publicado por Alfonso Salazar, dos veces seguidas, la segunda de ellas recreándome en los ambientes, en los lugares donde se desarrolla la acción, porque así he ido recordando cosas que creía olvidadas para siempre.
 
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