"Matías Verdón pagó el desayuno y tiró del Desastres hacia la calle. El rostro de felicidad del hombrecillo denotaba otra noche loca junto al cementerio. "Bien pronto se ha confiado la Felisa", apuntó mirando la sonrisa estúpida del amigo. "Mis polvos me ha costado" comentó orgulloso Desastres, subiéndose a tirones los pantalones. " Una máquina, Matías, estoy hecho una máquina"
Pasearon hasta el despacho del detective haciendo un par de paradas ineludibles en el Bar Requena y el Apolo XI donde departieron sol y sombra y analizaron concienzudamente la derrota del Granada CF contra el Olímpic de Játiva en casa, donde los aficionados intentaron apalear al presidente del club, el Desastres entre ellos"
"Golpes tan fuertes" Alfonso Salazar.
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El local del Bar Apolo XI, ocupado actualmente por la tienda de ropa Impacto. |
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Los Billares de Rafael son actualmente una academia, creo que regentada por un hijo de Rafael. |
El bar Apolo XI estaba a mitad
de la Avenida de Dílar, un poco antes, o un poco después, dependiendo de si
ibas o venías de Graná, de llegar a lo que fue el Cine Apolo. Tenía a finales de
los 70 una maquina recreativa de naves espaciales en la que en infinidad de
veces escribí mi nombre como propietario de la máxima puntuación, lo que, y
esto era lo importante, te permitía jugar gratis pasándole pantallas a los más
nuevos o más torpes. Parte del bar daba a un callejón sin salida, según unos; o
a un patio abierto a la misma Avenida de Dilar, según otros; al fondo del cual,
en un local minúsculo, se ubicaban los Billares de Rafael; cuatro mesas, una de
ellas americana, dos futbolines y tres máquinas de bolas, que el paso del
tiempo convirtió en pinball, no me pregunten el porqué. Rafael era un tipo
afable, sonriente, con carácter, capaz de manejar situaciones complicadas,
algún altercado o un pique, con una sola palabra, y que arreglaba, con infinita
paciencia, la suela de los tacos de billar a la vista de los que allí
jugábamos. Cortaba un trozo de cuero que adhería, con la superficie rugosa hacia
afuera, a la virola con algún tipo de cola que desconocíamos, y le daba forma
con golpes suaves, algunas veces contra el mismo suelo, para después recortar
el sobrante de los laterales y darle tiza antes de subirlo al estante de tacos.
Allí jugábamos con los hermanos Lozano, sabiendo que, ganase quien ganase, al
final se pelearían entre ellos, la mayoría de las veces de una forma brutal;
con el Mora, que ante una carambola complicada siempre optaba por jugar “fina y
fuerte”, convencido de que cuantas más vueltas diese la bola, golpeando todas
las bandas varias veces, más posibilidades tendría de hacerla. También jugábamos
con Machado y el Coles, con Paco, que venía de los Billares Palacios, la
competencia, y a quién no había manera de ganar un pierde y paga, con Fernando, que a pesar de su minusvalía
montaba en bici pedaleando con una pierna. Allí pasé una parte de mi
adolescencia, fumando, jugando al billar, mirando como jugaban otros la mayoría
de las veces, una parte que permanece oculta, que sólo de vez en cuando sale a la
superficie.
Por eso he leído “Golpes tan fuertes”, el último libro publicado por Alfonso
Salazar, dos veces seguidas, la segunda de ellas recreándome en los ambientes,
en los lugares donde se desarrolla la acción, porque así he ido recordando
cosas que creía olvidadas para siempre.