Su madre había sido una india de pura raza Cherokee y de ella había heredado aquella tez. El color yodo de la piel, los oscuros ojos húmedos y el pelo negro, siempre con una buena cantidad de brillantina y tan abundante que le permitía llevar largas patillas y un mechón corto caído sobre la frente a modo de flequillo. Si la aportación de su madre era evidente, la de su padre -un irlandés pecoso y de pelo color jengibre- lo era menos, como si la sangre india hubiese borrado toda huella de la estirpe celta. Pero los labios rosados y la nariz afilada confirmaban su presencia, al igual que aquel aire malicioso de arrogante egocentrismo irlandés que con frecuencia animaba la máscara cherokee y que llegaba a dominarla por completo cuando tocaba la guitarra y cantaba. Cantar e imaginar que lo hacía ante el público era otro fascinante modo de ir pasando las horas. Siempre recurría mentalmente a la misma escena: un local al nocturno de Las Vegas, que era, en realidad, su ciudad natal. Un local elegante lleno de celebridades pendientes de la sensacional revelación, y entusiasmadas con aquel nuevo astro que interpretaba con un fondo de violines, su versión de I’ll be seeing you, y luego como bis, la última balada que había compuesto.
A sangre fría. Truman Capote.
Así describe
Truman Capote a Perry Edward Smith, el asesino, junto a Richard Eugene Hickock,
de la familia Clutter de Holcomb (Kansas) en Noviembre de 1959, y que murió en
la horca en Abril de 1965. Capote describe la vida del pueblo del medio oeste
americano, su situación social y cultural, esboza retratos de las víctimas y de
los que le rodean, describe el trabajo policial, y fundamentalmente, se
concentra en los asesinos, construyendo su armazón emocional de forma tan magistral
que el lector les llegará a conocer íntimamente.
Perry Smith
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