"Sólo en una ocasión la Playa Capurro, por lo general tan despreciada, se llenó de gente y bicicletas. Fue cuando vino el dirigible. El Graf Zeppelin. Aquella suerte de butifarra plateada, inmóvil en el espacio, a todo el mundo adulto le resultó admirable, casi mágica; para nosotros, en cambio, era algo normal. Más aún, el estupor de los mayores nos parecía bobalicón. Verlos a todos con la boca abierta, mirando hacia arriba, nos provocaba una risa tan contagiosa, que de a poco se fue transformando en una carcajada generacional. Los padres, tios, abuelos, se sintieron tan agraviados por nuestras risas, que los sopapos y pellizcos empezaron a llover sobre nuestras frágiles anatomías. Una injusticia que nunca olvidaremos."
La borra del café. Mario Benedetti.
Ela régimen de Adolf Hitler pretendía seguir demostrando al mundo, en su
afán publicitario, sus avances tecnológicos y decidió extender los
vuelos del Graf Zeppelin, iniciados en 1932, que cruzaban el Atlántico,
desde Alemania a la ciudad brasileña de Recife. La idea era extenderlos
hasta Río de Janeiro y Buenos Aires, transportando pasajeros y
correspondencia.
En la fría noche del viernes 29 de junio de 1934,
los montevideanos salieron a recibirlo, aunque el extraño huésped no
pisó suelo uruguayo. Cuando faltaban quince minutos para la medianoche
recorrió parte de la Ciudad Vieja y la
la Plaz
Independencia, dio varios
giros y desapareció rumbo a Buenos Aires. Volvería a visitar Uruguay en mañana del 30 de junio.
Al llegar a Montevideo, el comandante Hugo Eckener envió un saludo
al entonces presidente de la República, el dictador Gabriel Terra. Desde
la nave se hizo saber que los tripulantes “deploraban las dificultades
técnicas, que no les permitían, por esta vez, tocar la tierra de este
noble país”. El presidente Terra contestó diciendo: “Al entrar al
Uruguay saludo al comandante Eckener, eximio representante de la gran
civilización alemana”.
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