“Abrí la puerta y me hice a un lado para que ella pasara. Entró a pasitos cortos, mirándolo todo con extrema atención, como si hubiera querido ir absorbiendo lentamente la luz, el clima, el olor. Pasó una mano por la mesa libro, luego por el tapizado del sofá. Ni siquiera miró hacia el dormitorio. Se sentó, quiso sonreír y no pudo. Me pareció que le temblaban las piernas. Miró las reproducciones de la pared: “Botticelli”, dijo, equivocándose. Era Filippo Lippi. Ya habrá tiempo de aclarárselo”
La tregua. Mario Benedetti.
Filippo Lippi fue un pintor italiano, nacido en Florencia en 1406.
Huérfano de padre y madre, a los ocho años fue puesto bajo la custodia de los
monjes del Carmen en su ciudad natal, orden en la que profesó en 1421.
Influido
por Masaccio, del que fue el discípulo más directo, dio a los temas
tradicionales una nueva intensidad, en especial por su concepción del espacio y
por su búsqueda de los efectos de color. Su Adoración del Niño posee un lirismo que influiría de
forma notable en sus contemporáneos. Fraile carmelita, vivió amancebado con la
monja Lucrezia Buti, su modelo, de la que tuvo un hijo, Filippino. Su vida
escandalosa le acarreó muchos problemas, pero no le impidió llevar a cabo su
obra, de la que destacan los frescos del ábside de la catedral de Prato
(1452-1464) y los del coro de la catedral de Spoleto, que empezó en 1466 con su
amigo y discípulo Fra Diamante. Filippo Lippi ocupa un destacado lugar entre los
pintores del quattrocento italiano, sobresaliendo por la originalidad
del paisaje y la elegancia nerviosa en el dibujo, que influyó decisivamente en
Botticelli.
Cinco años más joven que Masaccio y probablemente su alumno,
Filippo Lippi fue un monje carmelita que inicialmente siguió con absoluta
fidelidad las fórmulas del maestro para después, en el período central de su
vida artística, acercarse al estilo coloreado de Fra Angelico, aunque buscando
siempre en su pintura soluciones originales. De aquella primera época
masacciesca son, entre otras obras, los frescos de la iglesia del Carmine de
Florencia realizados en torno a 1432 y la Virgen de la Humildad
(1430-1432, castillo de los Sforza, Milán).
No obstante, su primera obra fechada en 1437 es la Madonna
Tarquinia (Museo del palacio Barberini, Roma), en la que conjuga la
influencia de Masaccio con la de Donatello y los artistas flamencos. En el
retablo Barbadori (1437-1438, Museo del Louvre, París), inmediatamente
posterior, Lippi aborda de nuevo el esquema compositivo de la sacra
conversazione, superando la fragmentación en tablas separadas que
caracterizaba hasta entonces a los trípticos con el propósito de obtener una
composición unificada: las antiguas figuras laterales arrodilladas se integran
en un todo de forma piramidal.
Este procedimiento hace que sus pinturas tiendan a presentar un
espacio discontinuo, excesivamente lleno de objetos, formas y motivos
secundarios. Sin embargo, Lippi acierta a contener esta densidad y
transformarla con una gran habilidad por medio de la gran variedad cromática de
su paleta y con la sutileza de sus difuminados, como es patente en la célebre Coronación
de la Virgen (Galería de los Uffizi, Florencia) obra que realizó entre los
años 1441 y 1447.
Fruto de la dulcificación de su inicial plasticismo, debida a la
búsqueda de una mayor elegancia de líneas y a la necesidad de profundizar en
las delicadas transparencias cromáticas, son dos anunciaciones (Galería
Nacional de Roma y Alte Pinakothek, Munich), una Virgen con el Niño
(Museo Mediceo, Florencia), la Adoración de los Magos (National Gallery
of Art, Washington) y la Visión de San Bernardo (National Gallery,
Londres), todas ellas fechadas entre 1441 y 1447.
La influencia de Fra Angelico se acentúa desde 1452 hasta 1464 en
la más vasta empresa de la pintura de Lippi: la realización de los frescos para
el coro de la catedral de Prato, donde será auxiliado por su discípulo y
colaborador, Fra Diamante de Terranova. Allí pinta la Vida de San Esteban y
San Juan desplegando una capacidad narrativa viva y eficaz, al mismo tiempo
teñida de una vibrante poesía, que por su extraordinario equilibrio compositivo
marca la cumbre de su madurez artística.
De entre estas escenas, ambientadas tanto en fantásticos paisajes
rupestres como en ornamentados escenarios arquitectónicos que siguen rotundas
perspectivas, quizás la más famosa sea la del Festín de Herodes, que
anticipa el arte de Botticelli.
Del año 1452 es también el tondo Virgen con el Niño y las escenas de la
vida de María (Palacio Pitti, Florencia), una de las obras más bellas sobre
este tema que el pintor realizará a lo largo de su vida, tratado en esta
ocasión con sutiles gamas cromáticas basadas en ocres, verdes y dorados.
Poco amigo de la vida claustral, Lippi era en 1456 capellán del
convento de Santa Margarita, en Prato, cuando se fugó con una de las monjas,
Lucrezia Buti, unión de la que nacería el también pintor Filippino Lippi.
Felizmente fue absuelto por el papa Pío II, pudo casarse con la madre de su
hijo y continuar su carrera, lo que nos permite gozar de sus últimos trabajos:
tres espléndidas tablas con La Virgen adorando al Niño (dos en la
Galería de los Uffizi, Florencia y otra en la Gemäldegalerie, Berlín),
realizadas entre 1458 y 1463, y por último la extraordinaria Virgen y el
Niño con dos ángeles (Galería de los Uffizi, Florencia), de 1465, que
cierra el ciclo de sus delicadas vírgenes con niño en las que supo siempre
fundir la seriedad moral del arte de Masaccio con la inspiración religiosa de
Fra Angelico, ofreciendo una visión propia de estos personajes sagrados llena
de cordial afectividad, íntima ternura y perfección realista.
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