“Shafir identificó el lugar como el Palacio de los Leones, las dependencias privadas del soberano granadino, del que todos habían oído hablar pero muy pocos visitar. Comparó la fuente con una similar, conocida como el Mar de Bronce, que recordaba haber contemplado en un libro referente al templo de Salomón en Jerusalén pero sujetada por doce bueyes, cada uno representando a las tribus de Israel, y de la que se afirmaba que en su superficie, el sabio rey de los judíos podía contemplar el futuro. Apreció un intenso olor a azahar que inundaba el lugar y procedía de los naranjos en flor plantados cerca de las esquinas, aunque no le dio tiempo a apreciar totalmente la belleza del lugar pues el oficial lo condujo, de forma rápida, a una dependencia situada en el lado norte del patio, a la que accedió bajo un arco semicircular festoneado.La estancia era cuadrangular con arcos elevados en cada una de sus paredes que aparecían cubiertas de una fina y delicada tapicería de yeso reproduciendo motivos estampados variados pero armónica y coordinada: por techo, una cúpula de mocárabes rica, grandiosa y perfecta, con cuerpo de luces ochavado con dos ventanitas abiertas en cada lado de la ochava. Se la conocía como la Sala de las Losas por las dos grandes planchas de mármol de su pavimento”.
La muladí. J. L. Gastón Morata.
Aunque
quizás podamos pensar que el nombre de esta sala provenga de alguna leyenda o
hecho acaecido en ella, el nombre de esta sala se debe a dos grandes losas
gemelas de mármol que se encuentran en el piso de la sala por lo que, desde el
siglo XVI, tras la conquista del reino de Granada, se denominaba también Sala de las Losas.
Esta sala era el
centro que una serie de habitaciones que servían de residencia a la Sultana y
su familia real, y se sabe que la madre de
Boabdil
vivió aquí con sus hijos, tras ser repudiada por Muley Hacén.
Construida por Mohamed V la sala es cuadrada, con techos de lazo y alcobas que comunican con las Habitaciones de Carlos V y, a través de un balcón, con los Jardines del Partal. La entrada a la sala se realiza a través de un arco semicircular festoneado, que conserva las puertas de madera originales, a la izquierda de la entrada una puerta da entrada al retrete, y a la derecha la puerta comunica con las estancias superiores de la vivienda formadas por mirador y dos habitaciones con celosías, de las que se conserva una de la etapa nazarí expuesta en el Museo de la Alhambra.
Esta zona fue
consolidada por Leopoldo Torres Balbás entre 1927 y 1933. A través de un
pasadizo podemos llegar a los aposentos altos, con techos labrados en el siglo
XVI. A la cámara del mirador se accede a través de tres pequeños arcos, con
mocárabes en los arcos laterales y albanegas labradas en el central. A través
de sus ventanas podemos tener una vista del Patio de los Leones.
El pavimento de la sala, de mármol, posee una pequeña fuente con surtidor y un canalillo que conduce el agua hasta el patio de los Leones. El elemento más impresionante de la sala, por su belleza y perfección, es la cúpula de mocárabes que encontramos en su techo, en la que la iluminación ha sido perfectamente estudiada, mediante la abertura de ventanitas laterales, convirtiendo la cúpula en una preciosa flor de una riqueza exquisita, que Ibn Zamrak ya dejó recogida mediante un poema del que podemos encontrar un fragmento sobre un zócalos de azulejos, con irisaciones metálicas.
Las paredes
de la sala están cubiertas de unas finísimas yeserías con diversos temas, entre
los que podemos encontrar tanto el clásico lema de los nazaríes «Sólo Dios es
vencedor» como, por ejemplo, unas manos cerradas.
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