viernes, 20 de septiembre de 2013 0 comentarios

García Márquez-Apolo-Praxíteles.




“ A las diez de la noche, tembloroso y con los labios mordidos para no llorar, fui cargado de cajas de chocolates suizos, turrones y caramelos, y una canasta de rosas ardientes para cubrir la cama. La puerta estaba entreabierta, las luces encendidas y en el radio se diluía a medio volumen la sonata número uno para violín y piano de Brahms. Delgadina en la cama estaba tan radiante y distinta que me costó trabajo reconocerla.
Había crecido, pero no se le notaba en la estatura sino en una madurez que la hacía parecer con dos o tres años más, y más desnuda que nunca. Sus pómulos altos, la piel tostada por soles de mar bravo, los labios finos y el cabello corto y rizado le infundían a su rostro el resplandor andrógino del Apolo de Praxíteles. Pero no había equívoco posible, porque sus senos habían crecido hasta el punto de que no me cabían en la mano, sus caderas habían acabado de formarse y sus huesos se habían vuelto más firmes y armónicos.”

Memoria de mis putas tristes. Gabriel García Márquez.


 El Apolo Sauróctono de Praxíteles presenta una iconografía difícil de explicar. ¿Por qué el dios, jovencillo, se entretiene despreocupadamente en matar un lagarto? Sería una burla pensar en una versión diminuta de la serpiente Pitón, y no parece que Apolo, defensor contra todas las plagas campestres, desde los lobos hasta las langostas, tuviese mucho que hacer contra animal tan inocente. Sea como fuere, la obra es de una novedad plástica impresionante. El suave torso, por vez primera en la estatuaria griega, se desequilibra hasta no poderse sostener por sí solo: la ondulación del cuerpo, estructurada sabiamente por Policleto, y que en la Amazona de Berlín estaba a punto de perder su estabilidad, ahora ya se deshace en una bella curva continua, la curva praxitélica, que un árbol debe soportar. Y el propio árbol, por lo demás, añade, con su lagarto, una dimensión nueva a la estatua: Apolo aparece idealmente inmerso en un paisaje idílico, resumen ideal de los felices campos del Olimpo donde viven los dioses su eternidad placentera. Jamás hasta entonces la absoluta felicidad divina, ésa que le hará decir a Epicuro que los inmortales, para conservarla, se desentienden por completo de los hombres, había sido plasmada de forma tan directa y espontánea. Quien se empeñe en ver en esta obra sólo amaneramiento decadente, sin duda se quedará sólo en la superficie de un profundo enfoque religioso. Y Praxíteles mantendrá ese enfoque toda su vida, acaso porque coincidía con el gusto de quienes le hacían encargos: Sátiros, Afroditas, dioses jóvenes, la cazadora Artemis, componen el feliz repertorio de su fecunda obra.
lunes, 9 de septiembre de 2013 0 comentarios

Carmañola-Dickens-Revolución Francesa.

"En una procesión de pesadilla, abrazando a todos los que se encontraban al paso y señalándoles al héroe, siguieron con él hacia adelante. Y en su vagar y corretear por las calles cubiertas de nieve las enrojecían con el preponderante color republicano como las habían enrojecido con matiz más oscuro antes de que la nieve las cubriese, hasta que al fin entraron con él en el patio del inmueble donde vivía. El doctor se había adelantado para prevenir a Lucie, y cuando Charles se presentó ante ella, cayó desmayada en sus brazos. 
Mientras Charles la estrechaba contra su corazón y le volvía el hermoso rostro hacia el suyo, a fin de que los labios y las lágrimas pudieran fundirse sin que lo viese la rugiente multitud, unos cuantos manifestantes se pusieron a bailar. Al instante los imitaron todos los demás, y la Carmañola inundó tumultuosamente el patio. Luego entronizaron en el sillón vacante a una joven escogida entre la multitud para ser paseada en andas como Diosa de la Libertad, y finalmente, desbordándose en grandes oleadas por las calles contiguas, y a lo largo de la ribera, y a través del puente, la Carmañola terminó por absorverlos a todos y se los llevó en su torbellino."

Historia de dos ciudades. Charles Dickens.


  


 La Carmañola es una canción revolucionaria francesa, compuesta en 1792 con motivo de la toma de Carmagnola en el Piamonte. Se hizo muy popular durante el Reinado del Terror, que tuvo lugar durante la Revolución francesa. La canción fue introducida por las tropas que regresaban de Italia durante la revolución y daba el apoyo a los republicanos. Es cantada en el tercer acto de la ópera de Umberto Giordano, Andrea Chénier y en el tercer acto de La muerte de Danton de Georg Büchner.
 
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