Las historias de Villalar que conoce Pedro Orce vamos a saberlas ahora, cuando
acabe la cena, mientras danza la hoguera en el aire quieto, se miran pensativos
los viajeros, tienden las manos hacia ella como si las impusieran o al fuego se
rindiesen, hay un viejo misterio en esta relación entre nosotros y el fuego,
hasta con el cielo encima, es como si estuviéramos, él y nosotros, en el
interior de la caverna original, gruta o matriz. Hoy le toca lavar los platos a
José Anaiço, pero no hay prisa, la hora es pacífica, casi dulce, la luz de las
llamas recorre los rostros atezados por el aire libre, rostros que tienen el
color que les da el sol cuando nace, el sol es de otra naturaleza y está vivo,
no muerto como la luna, ésa es la diferencia.
Y dice Pedro Orce, Quizá no lo sepáis, pero hace muchos y muchos años, en mil
quinientos veintiuno, hubo en estas tierras de Villalar una gran batalla, mayor
por las consecuencias que por la gente muerta, y si la hubieran ganado quienes
la perdieron, otro mundo habríamos heredado los vivos de hoy.
La balsa de piedra. José Saramago.
La batalla de Villalar no fue una gran batalla, pero la guerra de los
Comuneros tuvo una gran importancia al ser la última revolución de la
baja Edad Media o la primera revolución moderna.
Tras el fallecimiento de Fernando el Católico y la regencia del
cardenal Cisneros, llega a España Carlos I, nieto de Fernando, en 1517.
Un monarca de 17 años criado en la Corte de Gante que desconoce el
idioma y las costumbres del país que va a gobernar.
Se encuentra con un territorio sangrado económicamente para mantener
el poder en el exterior. La nobleza revuelta para recuperar el poder
perdido en época de los Reyes Católicos y los burgueses laneros (la lana
era el recurso más importante en esta época) enfrentaba a los que
querían exportar toda a Flandes y los manufactureros textiles querían
que se quedara en Castilla.
La principal idea de Carlos I para Castilla era que financiase su
nombramiento como Emperador del Sacro Imperio Romano, por lo que decidió
subir los impuestos y rodearse de flamencos que controlan la corte.
ésto encrespó los ánimos de los castellanos. En 1520 parte hacia
Aquisgrán para ser nombrado Emperador, con los bolsillos llenos para
pagar favores, y deja como regente a Adriano de Utrech (nombrado
arzobispo de Toledo).
Este mismo año estalla la revuelta en Toledo, pero las ciudades
castellanas se unen rápidamente (Ávila, Segovia, Salamanca, Palencia,
Burgos, Toro, Medina del Campo, etc.). El 29 de julio de forma en Ávila
la Santa Junta donde se nombra comandante de las tropas al toledano Juan
Padilla. La primera idea de los comuneros es buscar
un sustituto al emperador Carlos y piensan en su madre, Juana “la
loca”. Se trasladan a Tordesillas donde está recluida. Existen dos
versiones de la negativa de Juana: una que se negó para evitar un
derramamiento de sangre entre las dos facciones y otra que comprobaron
que efectivamente estaba loca de verdad. El caso es que se negó y los
comuneros pensaron en forzar una negociación con el emperador para bajar
los impuestos, que los puestos de comendadores o corregidores fueran
elegidos por ellos y los flamencos dejaran España. Al principio los
comuneros, con un pequeño ejército, y los partidarios del emperador,
desorganizados, no entablaron batallas directas si no escaramuzas.
Ocurre un hecho importante en este momento y es que los nobles
deciden echar marcha atrás y se unen a los imperiales, ya que al
sublevarse también los campesinos pueden perder más poder que el que
intentan recuperar. Tienen un poderoso y numeroso ejército.
En diciembre los imperialistas toman Tordesillas y la Junta huye, más
tarde también cae Burgos. Pero Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco
Maldonado devuelven el golpe y toman Torrelobatón donde se fortifican.
Las tropas imperialistas se agrupan y los comuneros (unos 6.000 hombres)
huyen para refugiarse en Toro. El conde de Haro (al frente de las
tropas imperialistas) manda su numerosa caballería para darles caza,
son interceptados en Villalar (el 23 de abril) y son arrasados sin poder
defenderse. Unos mil comuneros fallecen en la batalla y los tres
cabecillas (Padilla, Bravo y Maldonado) son ejecutados tras un juicio
sumarísimo.
"ayer era día de pelear como caballero… hoy es día de morir como cristiano"dijo Padilla a Bravo
"matadme a mi el primero para no ver la muerte del caballero más grande de Castilla" contestó Bravo.
La noticia corrió por las ciudades sublevabas y van cediendo. Pero
María Pacheco, mujer de Juan Padilla y llamada la Leona de Castilla, al
frente de Toledo todavía resistió hasta junio de 1521. En 1522 el
monarca concedió un perdón general.
Una revolución que tenía todas las de perder y que a pesar de ello,
demostró la casta y el honor de los castellanos contra las injusticias.
Esto hizo darse cuenta a Carlos que debía prestar más atención a España
que era el germen de su gran Imperio. Aprendió el idioma, bajo los
impuestos y los flamencos dejaron de ostentar el poder.