sábado, 27 de julio de 2013 0 comentarios

Maalouf-León el Africano-El Cairo.



¿Había que intentar huir a pesar de todo, corriendo el riesgo de que nos cortara el camino una patrulla otomana, desertores mamelucos o alguna partida de salteadores? No me resolvía a ello hasta que me enteré de que el sultán Selim había decidido deportar a Constantinopla a varios miles de habitantes. Se habló primero del califa, de los dignatarios mamelucos y de sus familias. Pero la lista no dejaba de aumentar: albañiles, carpinteros, marmolistas, soladores, herreros, operarios de todas las especialidades. No tardé en enterarme de que los funcionarios otomanos estaban haciendo listas nominales de todos los magrebíes y de todos los judíos de la ciudad para deportarlos.
Yo había tomado ya una decisión. Prometiéndome salir antes de tres días, estaba dando una vuelta por la ciudad para poner en orden algunos asuntos cuando me llegó un rumor; se decía que habían capturado a Tumanbay, traicionado por el jefe de una tribu beduina.
Hasta el mediodía sonaron gritos que se confundían con las llamadas a oración. Cerca de mí, pronunciaron un nombre, Bab Zuwayla. Y era cierto que miles de ciudadanos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, se apresuraban a dirigirse hacia aquella puerta. Los imité.

León el Africano. Amin Maalouf. 




La puerta de Bab Zuwayla también conocida como Bawabbat al-Mitwali (nombre de su periodo otomano), es una de las entradas de la muralla de la ciudad medieval de El Cairo, Egipto. La puerta es un punto de referencia en la ciudad, que da inicio, por el sur, a la calle Al-Mu´izz. Fue construida en el año 969, durante la época Fatimí (dinastía que gobernó entre los siglos XI y XII), y fue administrada y controlada por las tropas bereberes del desierto occidental a los cuales se les llamaba Zuwayla, de ahí Bab Zuwayla, la puerta de los soldados bereberes.


 



martes, 9 de julio de 2013 0 comentarios

Carlos V-Francisco de P. Villareal- Tradiciones.



“Difícil y trabajada era la vida que llevaban los moriscos en Granada desde la conquista de esta ciudad por los cristianos. Más de una vez se les fueron mermando las concesiones y privilegios pactados en las capitulaciones, y más de una vez también las señales del descontento se dejaron sentir en las calles y las plazas.
En la época del Emperador Carlos V, fueron harto frecuentes estas algaradas. Una de ellas, la de Abril de 1526, tuvo, como casi todas, por origen el espíritu de resistencia de los moriscos a las órdenes de la autoridad. Se mandaba a todos los vecinos de Granada engalanar sus casas por la venida del rey emperador y de su esposa, y se prohibía a los conversos salir del Albaicín si no usaban trajes a la usanza española.
Tal medida excitó las iras de cuantos escucharon el pregón. Los cristianos, defendiendo lo mandado por las autoridades, y los moros contradiciéndolo, vinieron a las manos, y allá en lo último de la Carrera de Darro, gran número de muertos dieron testimonio de lo encarnizado de la riña, terminada solo por la intervención del Marqués de Mondejar. 


Al día siguiente entró el emperador en Granada. Encantado de tantas maravillas, no cesaba de vagar por los alrededores de la Alhambra, y contemplando las delicias del alcázar y la perspectiva de la vega, soñaba con los encantos del pasado y deseaba unir su nombre al de los reyes moros de Granada que trazaron tales maravillas.
Su altanero orgullo destruyó el palacio de invierno de los árabes y allí mismo pensó edificar uno que llevase su nombre e inmortalizase su grandeza.


Pero ¿cómo?. Le faltaban fondos para acometer tamaña empresa, y no quería que a su pueblo se le gravase con nuevos impuestos para poder él satisfacer su capricho. Esta y no otra era la causa de su disgusto, cuando al hablar con la emperatriz en el salon de Comarex, le refería continuamente su deseo, y cual si no tuviese otro pensamiento, siempre hacía recaer la conversación en este punto.
Un día se hallaba hablando sobre el particular, cuando, sobresaltado e iracundo, se le presentó el Marqués de Mondejar, pidiendo una orden severa contra la morisma, cada vez más insolente con los cristianos. No vaciló el emperador; la dictó de las más impresionantes que acostumbraba, prohibiendo el uso de trajes, baños, etc., seguro de que de este modo podría hacerles entrar por el camino de la obediencia y el vasallaje.
En efecto: fatal fue para los moriscos el conocimiento de esta orden. Se reunieron secretamente en casa del jefe Abul Aswad, y concertaron recoger entre todos cuantiosas sumas para ofrecerlas al emperador, a cambio de levantar la prohibición de usar el traje árabe. Ochenta mil ducados se reunieron y con ellos el anciano jefe se presentó ante el César, y con entera dignidad le ofreció la cantidad recolectada, producto de cuando les restaba, para lograr de su poder que les permitiese siquiera seguir usando los trajes que acostumbraban.
El emperador, violento en un principio, vio en aquel ofrecimiento una mina para la posible construcción del palacio que había concebido, y aceptando gustoso tan rico presente, anuló la primera cláusula de su anterior bando.
Con dicha cantidad se comenzó a edificar el Palacio del Emperador. Entretanto la desgraciada Haraxa, hija del jefe de tribu Abul Aswad, enloquecía al perder a su adorado Abd-el-Melek, que desprovisto de fortuna al dar, para salvar a su pueblo, todo cuanto poseía, se dio la muerte, precediendo bien poco tiempo a su prometida y a su padre, que no pudieron ver impasibles la grandeza deslumbradora de la corte de Carlos V y la indigente pobreza a la que el destino les condenaba.”

Libro de las Tradiciones de Granada. Francisco de Paula Villareal.





 
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