“Ese era mi señor y mi maestro, no repetía viejas cantinelas, le fascinaba lo nuevo, lo vivo. Derrumbaba ídolos, arrancaba de cuajo viejas supercherías. Nadaba en el mar de lo ignoto, extasiándose en la verdad. El día en que subió al trono ratifiqué mi fe ante él y ocupé mi cargo de “gran escultor real”, y el día en que su dios le ordenó huir a la nueva ciudad, marché al frente de ochenta mil trabajadores y artesanos para construir la ciudad más hermosa de la tierra, la ciudad de la luz y de la fe, Akhetatón”
Akhenatón. Naguib Mahfuz
En el 5º año de su reinado , Amenofis IV decidió cortar todos los vínculos con la capital religiosa tradicional de Egipto y su dios Amón, y construir toda una nueva ciudad en suelo virgen, que se dedicaría exclusivamente al culto de Atón. Al mismo tiempo, cambió su nombre por el de Akenatón, que probablemente significa Manifestación de Atón. La nueva ciudad , hoy conocida como Amarna, se llamaba Akhetatón, que significa el lugar donde se manifiesta Atón o El Horizonte de Atón.
La construcción comenzó durante el cuarto año del reinado de Akhenatón, en 1364 a.C., y duró 9 años. Sin embargo, dos años antes la ciudad fue nombrada capital y comenzó a funcionar como tal.
Abandonada tras la muerte del faraón, la capital se perdió en el tiempo, y las siguientes noticias que se tienen de ella pertenecen a los períodos romano y cristiano temprano, cuando fue ocupada brevemente.
Su redescubrimiento en 1887 se debe a un hecho afortunado y curioso: una serie de tablillas de arcilla- más de 300- con inscripciones cuneiformes fueron halladas por causalidad por una mujer que excavaba la tierra en busca de seebakh, materia orgánica descompuesta que se utiliza como fertilizante.
Las tablas se conocen hoy con el nombre de “cartas de Amara”, y se sabe de ellas que son parte de la correspondencia diplomática mantenida entre miembros de la administración egipcia y sus representantes en las antiguas ciudades de Canaán y Amurru.
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