Uno de los ilustres descendientes del famoso Hernán Pérez
del Pulgar, de igual nombre que aquel, y que, como todos sus antepasados
llevaba como el mayor título de su antigua nobleza el señorío del Salar, cansado
de la vida de la corte, y de sus diarios oficios cerca del rey D. Felipe II,
decidió emprender una corta excursión a Granada para conocer toda la belleza
monumental de esta ciudad y poder, asimismo, visitar su casa y castillo
solariegos, pudiendo después volver a Madrid ya tranquilo de conocer el sitio
donde su valiente abuelo había alcanzado
el honroso título de guerrero de la
Hazañas.
Visitó detenidamente la Alhambra y el Generalife, los
otros palacios que aún quedaban en pie, y la casa donde vivió Pulgar en
Granada, y ya iba a marchar al Salar, para de allí dirigirse a la corte, cuando
uno de sus parientes que a todas partes le acompañaba, le significó la idea de
que también visitara la Chancillería, recientemente construida.
Gustosísimo aceptó la idea el señor del Salar. Se
dirigieron a la Plaza Nueva, y desde luego pudieron admirar la grandiosidad de
aquella obra con solo reparar en la fachada y leer la inscripción en ella
colocada, que revelaba a todas luces el gran respeto que la justicia le
inspiraba a Felipe II.
Atravesaron el dintel, y notó el señor del Salar con
extrañeza, que la escalera contrastaba notablemente con toda la grandiosidad
del palacio; pero su deudo le explicó aquella diferencia por no haberse concluido
el edificio y haberse retirado de Granada los mármoles a la escalera dedicados,
para ser trasladados a Castilla, y que sirviesen, con otros, para la edificación
del Escorial.
Una vez en los corredores altos, vieron estaba celebrándose
audiencia, y cual si fuere la cosa más natural del mundo, penetró D. Fernando
Pérez del Pulgar en la sala donde se celebraba la vista pública de un proceso,
sumamente distraído, reparándolo todo y sin descubrirse ante los oidores que
presidían el tribunal.
Todos se escandalizaron de semejante proceder. Los ujieres
quedaron como petrificados ante tanta audacia, y el presidente, ciego de cólera,
viendo la serena actitud del caballero le reprendió duramente, ordenándole se descubriese.
Este, con tranquila calma manifestó su extrañeza por esta
exigencia, invocando su privilegio de ser caballero cubierto ante el rey, y sin
descubrirse, salió sereno de la sala de audiencia, demostrando con su calma que
se creía muy superior a los representantes de la humana justicia.
En el interín, los oidores suspendieron la visita. Deliberaron
sobre la altanera actitud del señor del Salar y le impusieron una multa, cuyo
pago se le exigió aquella misma tarde.
Pero él, alzándose de aquel acuerdo para S.M., marchó
precipitadamente a Madrid, sin ver siquiera sus posesiones del Salar, pidió en
el acto audiencia al rey, y contándole el caso, que lo creía abuso de autoridad
en la Chancillería, obtuvo de Felipe II esta solemne respuesta:
-Eres caballero cubierto delante de mí, pero no lo eres, ni nadie lo será nunca, en presencia de la sacratísima justicia que representan en Granada mis oidores. Paga la multa que te han impuesto, y sirva para concluir la escalera de aquel edificio.
Nada replicó el señor del Salar. Pagó la multa, y cuando
pasados algunos años volvió a Granada para conocer sus propiedades, fue a ver
también la escalera de la Chancillería, a su costa terminada.
El Libro de las Tradiciones de Granada. Francisco de P. Villa-Real.
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