lunes, 25 de agosto de 2014 0 comentarios

Shaperville-Nadine Gordimer-Apartheid



La bomba de Max, que describieron en el juicio como un artefacto constituido por una lata llena de azufre, nitrato y carbón, se descubrió antes de que estallara, y le arrestaron en menos de veinticuatro horas. Otros tuvieron más o menos éxito y todo comenzó de nuevo, peor de lo que había sido antes; redadas, arrestos, detenciones sin juicio. Los blancos que eran amables con sus animales domésticos y sus criados se sintieron conmocionados ante las bombas y el derramamiento de sangre, del mismo modo que se habían conmocionado en 1960, cuando la policía disparó contra hombres, mujeres y niños en el exterior de la oficina de pases de Sharpeville. No pueden soportar la visión de la sangre; y dieron de nuevo, a aquellos que carecen de voto, el humano consejo de que la manera decente de realizar el cambio debe basarse en los medios constitucionales.

El último mundo burgués. Nadine Gordimer. 



El año 1960 fue uno de los más intensos en Sudáfrica a nivel político cuando los dos principales movimientos de liberación anti-apartheid, el ANC (African National Congress) y el PAC (Pan-African Congress) lanzaron algunas campañas contundentes contra las leyes impuestas por el gobierno racista. En este momento el PAC iba ganando apoyo tanto en Cape Town —en los townships de Nyanga y Langa— como en el área de Johannesburgo, en Soweto y Sharpeville (a 50 km de la ciudad). Una de las campañas más potentes que lanzó el PAC, era en respuesta a la Ley de Pases impuesta por el gobierno. Esta Ley consistía en el control de los desplazamientos de la población negra dentro del país mediante un documento que tenían que llevar consigo. En caso de que no lo llevasen, podían sufrir penas de prisión. Esos pases determinaban a qué zonas podían acceder y cuáles eran áreas sólo para blancos teniendo, por lo tanto, prohibido el acceso. Esta situación era dramática ya que aparte de la discriminación racial evidente, suponía la separación de las familias en las que uno de los miembros trabajaba en áreas sólo para blancos, ya que sus familias no podían acceder a esas zonas reservadas a visitarles.
Durante el mes de marzo de ese mismo año se llevaron a cabo varias manifestaciones contra la Ley frente a las comisarías de policía, donde pretendían quemar sus pases como forma de protesta. 

 
El 21 de marzo de 1960 fue cuando más gente participó y en algunas ciudades las manifestaciones llegaron agrupar a unas 20.000 personas, que fueron después dispersadas a porrazos y bajo la amenaza a un avión a baja altura (Ross, 2006). Pero estas tácticas no tuvieron el mismo efecto en Sharpeville. 




 
 
Allí la policía comenzó a disparar contra las 5.000 personas que estaban protestando frente a la comisaría. El saldo fue sesenta y ocho personas asesinadas y ciento ochenta heridas. 



Después de este dramático episodio, el clima social se incendió dando lugar a más manifestaciones en varias partes del país, especialmente en Ciudad del Cabo, aunque sin lograr la suspensión de la Ley de Pases de forma definitiva. Poco después, en abril, se ilegalizaron los movimientos de liberación ANC y PAC. Y años después la masacre se volvería a repetir en Soweto.

La matanza de Sharpeville marcó un hito en la historia del movimiento contra el apartheid y motivó que la Asamblea General de las Naciones Unidas eligiera esa fecha para recordar cada año la necesidad de luchar contra el racismo, no importa dónde o cuándo aparezca.

Desde 1966 cada 21 de marzo se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, o lo que es lo mismo el Día Internacional contra el Racismo

viernes, 15 de agosto de 2014 0 comentarios

Escalero-Rafael Reig-Lo que no está escrito.



Fugitivos del hambre, de los hombres o de sus propias vidas, treparon a esa meseta por la vertiente este, sobre la cuenca del Abroñigal, más allá del Arroyo de la Media Legua, y pusieron techo a sus viviendas antes del amanecer, para evitar que las autoridades las derribaran. Según la ley, bastaba un tejado, una simple placa de uralita, para que fuera un domicilio y ya no pudieran echarlo abajo.
 Eran traperos y cruzaban el río hacia Madrid por el puente de La Elipa, llamado así en recuerdo de la tía Felipa, la única leyenda al alcance de una imaginación en la que no quedaba dónde protegerse del viento.
Aquel pasado legendario, despareció en los años sesenta, con el Poblado de Absorción, y en su lugar surgieron aquellas viviendas de protección oficial, todas de ladrillo rojo y con toldos verdes, tabiques de papel de fumar, carpintería metálica, gotelé, falso techo y un balcón destinado a un armario escobero y dos bombonas de butano.
Ese mismo balcón de la cocina en el que Riquelme cerraba los ojos, contaba hasta tres y, al volver a abrirlos, seguía sin amanecer. Pensaba en los Burning, un grupo de rock, que triunfaron y consiguieron salir del barrio, pero se estrellaron contra sus propias jeringuillas. Pensaba en Escalero, el famoso criminal, esa llama de odio que recorrió Madrid para volver cada noche a las tapias del cementerio.



Lo que no está escrito. Rafael Reig.


 Escalero durante el juicio.


En tan sólo cinco años, Francisco García Escalero asesinó a doce personas. Necrofilia, violaciones y canibalismo también jalonan su macabro currículum. 

“Las voces se ríen de mí. Me dicen que quieren sangre. Entonces le saqué el corazón y mordí un trozo”, de esta manera describía Francisco García Escalero, “El asesino de mendigos”, la necesidad que sentía de matar y practicar ritos de canibalismo con las vísceras de sus víctimas. Violador, asesino, caníbal y necrófilo, no es un criminal en serie al uso. Cambiaba con frecuencia su método, la tipología de sus víctimas y el tipo de crimen que cometía. 

Su primer delito, por el que pasó en la cárcel entre 1973 y 1986 fue una violación. Paseaba junto a dos amigos junto al Cementerio de la Almudena cuando se cruzaron con una pareja de novios. Tras agredir al chico violaron a su novia en presencia de éste. Fue identificado y condenado y aprovechó su paso por la cárcel para tatuarse gran parte del cuerpo con mensajes como “Naciste para sufrir” o “El ángel carcelero” y todo tipo de simbología relacionada con la muerte y la sangre.

Tras acabar su condena se dedica a vagabundear y vivir de las limosnas, gastando todo el dinero que conseguía en alcohol y pastillas que tomaba de forma combinada. En su declaración ante el juez durante su proceso aseguró que solamente así “lograba pensar con claridad y ser yo mismo”.

Pese a su apodo, la primera víctima mortal que logró documentar la Brigada de Homicidios de la Policía Nacional fue el de una prostituta toxicómana con la que contactó en la madrileña calle de Capitán Haya. Su nombre era Paula Martínez que fue encontrado en las afueras de Madrid calcinada y decapitada.
Después empezó con los mendigos, todos ellos se conocen por sus nombres de pila, jamás trascendieron sus apellidos. Ángel, Julio, Álvaro, Rosa,… así hasta doce casos demostrados por la labor policial. El departamento encargado de la investigación trabajó siempre con la pista de que era un mismo el asesino, pero al cambiar el procedimiento despistaba de tal manera que no eran capaces de dar con él.
Realizaba los asesinatos de diversas maneras: apuñalando –en algún caso llegó a asestar a su víctima quince puñaladas por la espalda-, decapitando, machacando los cráneos con piedras de gran tamaño. Luego, en algunos casos practicaba actos de necrofilia, en otros de canibalismo, en otros prefería sorber sangre de sus víctimas. El final era siempre el mismo: arrancaba las yemas de los dedos y quemaba el cuerpo para dificultar su identificación.



 “El asesino de mendigos” alternaba sus macabros asesinatos con estancias temporales en centros psiquiátricos. Fue tras fugarse del centro Alonso Vega de Madrid, en compañía de otro mendigo, Víctor Luis Criado, cuando pudo ser detenido. Tras su fuga, los dos mendigos merodearon por las zonas próximas al Estadio Santiago Bernabeu. Allí, en los bancos de los parques bebieron y tomaron medicamentos de todo tipo que habían sustraído del centro médico antes de su fuga.
A la mañana siguiente, el cuerpo sin vida de Criado fue encontrado con el cráneo hundido por un golpe dado con un adoquín y medio quemado junto a la tapia de una iglesia de la zona. Según declaró después García Escalero, sintió remordimientos por haber matado a su amigo e intentó suicidarse tirándose al paso de un coche. No lo consiguió y sólo se fracturó la tibia y el peroné de una pierna. Mientras las enfermeras del centro médico en el que le estaban atendiendo le preparaban para la intervención, les contó su crimen y pidió que avisaran a la Policía.

Una vez detenido confesó todos sus crímenes a la policía. Contó, con una memoria exquisita, como había matado a catorce personas, de las que la policía pudo rastrear doce casos, y explicó el placer que le experimentaba al asesinar y violar los cuerpos. También como se divertía, junto a otros mendigos profanando tumbas y robando a los muertos anillos y dientes de oro y reconoció su afición a mantener relaciones sexuales necrófilas con sus víctimas de ambos sexos.

Durante el juicio, celebrado en febrero de 1995, salieron a la luz los maltratos que sufrió de niño, las brutales palizas a las que le sometía su padre, su falta de asistencia a la escuela y su introducción en el mundo de la delincuencia.

Pese a que se entregó voluntariamente para evitar seguir matando, el abogado de “El asesino de mendigos”, Ramón Carrero, consiguió que el juez considerara que el asesino no era responsable de sus actos y decidió su ingreso de por vida en el centro psiquiátrico penitenciario de Foncalent en Alicante.

Las declaraciones durante el juicio ayudaron, sin duda, a la toma de decisión del juez: “Iba por la calle como si no existiese”, “llegué a pensar que era un espíritu, que otra persona se había metido en mí” o “Escuchaba voces interiores, me llamaban, decían que hiciera cosas, cosas raras, me decían que tenía que matar, que tenía que ir a los cementerios”.
 



sábado, 2 de agosto de 2014 0 comentarios

Primeros síntomas. Kafka y yo. (Cascaillo)



Y de pronto la luz, la evidencia de que había sido descubierto, después el golpe gomoso, flexible, tan cerca de mí que descubrí inmediatamente que era yo el objetivo de su descarga. Corrí, desaforadamente, chocando con los objetos que me encontraba en mi camino, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, ahora retrocediendo, ahora avanzando lo más rápido que me permitían mis patas, ¿patas?, digo piernas, ¿piernas?. Varios golpes más, alguno tan cercano que, tan solo el aire que desplazaba amenazaba con volcar mi cuerpo. Me escondí tras la pata de la mesa. Mi instinto me decía que no era un lugar seguro, que pronto sería descubierto, pero no conseguía encontrar otra solución. Desde ahí podía ver un pie del gigante, descalzo, mostrando unos dedos gordezuelos y unas uñas espesas. Otros gigantes gritaban a mis espaldas y me señalaban con gestos de repugnancia. De pronto, una ligera y desagradable lluvia, que no desconocía – su olor era fácilmente reconocible- pero de la que ignoraba el porqué de su aparición, me empapó hasta el punto de  llegar a impedir, poco a poco, mis movimientos más básicos. Comencé a tambalearme, me costaba trabajo respirar y tuve que renunciar a mi escondite. De todas formas ya no me servía. Corrí de nuevo, esta vez hacia un mueble vitrina que permitía, no sin dificultad, esconderse entre él y la pared. Pasé allí unos minutos, conseguí recuperarme del esfuerzo realizado y, por un momento, olvidarme de mi situación hasta que de pronto el gigante, con una sola mano, desplazó la vitrina y fui rociado nuevamente por aquella lluvia apestosa que me calaba. Corrí hacia la izquierda hasta darme cuenta que me había equivocado, no había salida por allí, sólo un rincón vacío, sin nada donde esconderse. Estaba perdido. Acorralado, como Stallone en aquella película en la que no sentía las piernas, comprendí que mi mejor defensa era pasar al ataque. Apreté los dientes ¿dientes?, respiré profundamente varias veces, sentí penetrar un aire cálido y pastoso en mis pulmones, ¿pulmones?, tosí hasta el agotamiento, sentí unas náuseas incontenibles y tras varias arcadas, avance, acelerando el paso progresivamente, hacía el lugar de donde provenían los golpes, esperando trasladar mi terror hacía quién los propinaba, con la esperanza de encontrar una oportunidad para escapar de aquel persistente maltratador. Dicen que en algunas ocasiones funciona. Pero no esta vez. Todo fue en vano. No sólo no traslade el terror al golpeador sino que lo obligué a actuar con más fiereza aún. El primer golpe pude esquivarlo, pero se me cerraban los ojos, ¿ojos? – pudo ser la lluvia, o que llevara varias horas sin comer o que me quedara despierto hasta tarde con vaya usted a saber que motivo- y, agotado, fui perdiendo velocidad y cintura conforme avanzaba. El segundo golpe me rozó o eso creo, pero el tercero fue definitivo. El sonido fue inconfundible, el “clac” elástico se unió a un “prrfffuuu” triturador, haciendo innecesario contemplar la escena para saber que había ocurrido.

No pasó mi vida en blanco y negro por delante de mis ojos -¿ojos?- en los últimos segundos. No vi mi cuerpo desplazarse boca arriba a tan escasos centímetros del suelo que no producía sombra. No me vi paseando por campos de trigo, acariciando con las yemas de los dedos las poderosas espigas. No vi gente llorosa y arremolinada depositar ramos de flores ante un túmulo con césped. ¿No te olvidamos?. No vi luz al final de un túnel, ni a nadie llamándome para que cruzara rápido. Nadie observó mi ejecución desde la lejanía, ni corrió las cortinas al terminar ésta. No tuve tiempo de sentir un estado de paz y felicidad. Sólo tuve tiempo de “prrfffuuu” y todo acabó.


Me desperté sobresaltado, sudoroso, agitado, no removido. Acostarte para esto, me dije. Sueños. Ahora, despierto, volvía a ser yo, José Luis Samsa, el nieto de Gregorio. ¡¡Hostias!!, pues no que…

Cascaillo. J.L. Samsa. 


 

Me voy de vacaciones...
 
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