Fugitivos del hambre, de los hombres o de sus propias vidas, treparon a esa meseta por la vertiente este, sobre la cuenca del Abroñigal, más allá del Arroyo de la Media Legua, y pusieron techo a sus viviendas antes del amanecer, para evitar que las autoridades las derribaran. Según la ley, bastaba un tejado, una simple placa de uralita, para que fuera un domicilio y ya no pudieran echarlo abajo.Eran traperos y cruzaban el río hacia Madrid por el puente de La Elipa, llamado así en recuerdo de la tía Felipa, la única leyenda al alcance de una imaginación en la que no quedaba dónde protegerse del viento.Aquel pasado legendario, despareció en los años sesenta, con el Poblado de Absorción, y en su lugar surgieron aquellas viviendas de protección oficial, todas de ladrillo rojo y con toldos verdes, tabiques de papel de fumar, carpintería metálica, gotelé, falso techo y un balcón destinado a un armario escobero y dos bombonas de butano.Ese mismo balcón de la cocina en el que Riquelme cerraba los ojos, contaba hasta tres y, al volver a abrirlos, seguía sin amanecer. Pensaba en los Burning, un grupo de rock, que triunfaron y consiguieron salir del barrio, pero se estrellaron contra sus propias jeringuillas. Pensaba en Escalero, el famoso criminal, esa llama de odio que recorrió Madrid para volver cada noche a las tapias del cementerio.
Lo que no está escrito. Rafael Reig.
Escalero durante el juicio.
En tan sólo cinco años, Francisco
García Escalero asesinó a doce personas. Necrofilia, violaciones y canibalismo
también jalonan su macabro currículum.
“Las voces se ríen de mí. Me
dicen que quieren sangre. Entonces le saqué el corazón y mordí un trozo”, de
esta manera describía Francisco García Escalero, “El asesino de mendigos”, la
necesidad que sentía de matar y practicar ritos de canibalismo con las vísceras
de sus víctimas. Violador, asesino, caníbal y necrófilo, no es un criminal en
serie al uso. Cambiaba con frecuencia su método, la tipología de sus víctimas y
el tipo de crimen que cometía.
Su primer delito, por el que pasó en la cárcel entre 1973 y
1986 fue una violación. Paseaba junto a dos amigos junto al Cementerio de la
Almudena cuando se cruzaron con una pareja de novios. Tras agredir al chico
violaron a su novia en presencia de éste. Fue identificado y
condenado y aprovechó su paso por la cárcel para tatuarse gran parte del cuerpo
con mensajes como “Naciste para sufrir” o “El ángel carcelero” y todo tipo de
simbología relacionada con la muerte y la sangre.
Tras acabar su condena se dedica a vagabundear y vivir de
las limosnas, gastando todo el dinero que conseguía en alcohol y pastillas que
tomaba de forma combinada. En su declaración ante el juez
durante su proceso aseguró que solamente así “lograba pensar con claridad y ser
yo mismo”.
Pese a su apodo, la primera víctima mortal que logró
documentar la Brigada de Homicidios de la Policía Nacional fue el de una prostituta toxicómana
con la que contactó en la madrileña calle de Capitán Haya. Su nombre era Paula
Martínez que fue encontrado en las afueras de Madrid calcinada y decapitada.
Después empezó con los mendigos, todos ellos se conocen por
sus nombres de pila, jamás trascendieron sus apellidos. Ángel, Julio, Álvaro,
Rosa,… así hasta doce casos demostrados por la labor policial. El departamento encargado de la
investigación trabajó siempre con la pista de que era un mismo el asesino, pero
al cambiar el procedimiento despistaba de tal manera que no eran capaces de dar
con él.
Realizaba los asesinatos de diversas maneras: apuñalando
–en algún caso llegó a asestar a su víctima quince puñaladas por la espalda-, decapitando,
machacando los cráneos con piedras de gran tamaño. Luego, en algunos casos
practicaba actos de necrofilia, en otros de canibalismo, en otros prefería
sorber sangre de sus víctimas. El final era siempre el mismo: arrancaba las
yemas de los dedos y quemaba el cuerpo para dificultar su identificación.
“El asesino de
mendigos” alternaba sus macabros asesinatos con estancias temporales en centros
psiquiátricos. Fue tras fugarse del centro Alonso Vega de Madrid, en compañía
de otro mendigo, Víctor Luis Criado, cuando pudo ser detenido. Tras su fuga,
los dos mendigos merodearon por las zonas
próximas al Estadio Santiago Bernabeu. Allí, en los bancos de
los parques bebieron y tomaron medicamentos de todo tipo que habían sustraído
del centro médico antes de su fuga.
A la mañana siguiente, el cuerpo sin vida de Criado fue
encontrado con el cráneo hundido por un golpe dado con un adoquín y
medio quemado junto a la tapia de una iglesia de la zona. Según declaró después
García Escalero, sintió remordimientos por haber matado a su amigo e intentó
suicidarse tirándose al paso de un coche. No lo consiguió y sólo se fracturó la
tibia y el peroné de una pierna. Mientras las enfermeras del centro médico en
el que le estaban atendiendo le preparaban para la intervención, les contó su
crimen y pidió que avisaran a la Policía.
Una vez detenido confesó todos sus crímenes a la policía.
Contó, con una memoria exquisita, como había matado a catorce personas, de las
que la policía pudo rastrear doce casos, y explicó el placer que le
experimentaba al asesinar y violar los cuerpos. También como se
divertía, junto a otros mendigos profanando tumbas y robando a los muertos
anillos y dientes de oro y reconoció su afición a mantener relaciones sexuales
necrófilas con sus víctimas de ambos sexos.
Durante el juicio, celebrado en febrero de 1995, salieron a
la luz los maltratos que sufrió de niño, las brutales palizas a las
que le sometía su padre, su falta de asistencia a la escuela y su introducción
en el mundo de la delincuencia.
Pese a que se entregó voluntariamente para evitar seguir
matando, el abogado de “El asesino de mendigos”, Ramón Carrero, consiguió que
el
juez considerara que el asesino no era responsable de sus actos y decidió su ingreso de por vida en el
centro psiquiátrico penitenciario de Foncalent en Alicante.
Las declaraciones durante el juicio ayudaron, sin duda, a
la toma de decisión del juez: “Iba por la calle como si no existiese”, “llegué
a pensar que era un espíritu, que otra persona se había metido en mí” o “Escuchaba voces
interiores, me llamaban, decían que hiciera cosas, cosas raras,
me decían que tenía que matar, que tenía que ir a los cementerios”.
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