“Zacarías era una magnífica persona pero algo bambarria. Habitual que llegara tarde a las bromas o a las simples tomaduras de pelo que los demás hacíamos para relajar la tensión en el trabajo. Inicialmente no las comprendía y tardaba unos segundos en hacerlo aunque a los demás nos parecía una eternidad el tiempo empleado en discernirlas por lo que cuando reía abiertamente con carcajadas generosas, nos hacía reir a todos de nuevo. Y a él le gustaba contar a todo el que conocía y como gracieta, una anécdota que no todos entendían. “A mí estuvo a punto de ocurrirme lo que a Teresa de Jesús, la conocida y buena monja de Ávila, fundadora de las Carmelitas Descalzas y reformadora de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo –Zacarías siempre se recreaba al citar a la mujer fallecida en loor de santidad y cuya causa estudiaba la iglesia-, que murió un día cuatro y la enterraron al siguiente que era quince”. Zacarías había estado a punto de morir atropellado por un coche con caballos desbocados que, a toda velocidad, lo atropelló en la calle de San Juan de los Reyes. Contusiones múltiples, magulladuras por todo el cuerpo y un canguelo que le duró más de un mes fue todo el resultado del accidente, que ocurrió el jueves cuatro de octubre de 1582, el mismo día que falleció la monja abulense y que se implantó el nuevo calendario gregoriano en sustitución del hasta entonces vigente, el juliano. El día siguiente fue viernes quince de octubre desapareciendo diez días del almanaque”.
Quimeras de plomo. José Luis Gastón Morata.
¿Qué pasó el 6 de octubre de 1582? ¿O el 9 del mismo mes de aquel
año? ¿Y el 14? No busquen en las hemerotecas. Aquellas fechas «desaparecieron»
del calendario. La noche del 4 de octubre de hace 432 años dio paso... al 15 de
octubre. El nuevo calendario gregoriano corregía así el desfase
de días que al cabo de milenio y medio había ido acumulando el de Julio César,
conocido como «juliano».
El emperador romano había reformado el
calendario el año 46 antes de Cristo, aconsejado por el astrónomo Sosígenes de Alejandría según Plinio el
Viejo. Establecía el 1 de enero como el primero del año de 365 días y seis
horas. Tenía un margen de error de apenas 11 minutos y 14 segundos al año. El
calendario juliano creaba el año bisiesto de 366 días con un día más entre el
25 y el 24 de febrero en los años divisibles por cuatro. Al día extra se llamó
«bis sextus» por ser el 24 de febrero el «sextus kalendas martii», de ahí el
nombre de año bisiesto. Pero éstos se intercalaron de forma equivocada.
La Iglesia acometió la tarea de lograr un
calendario más exacto que corrigiera el desfase. El primer Concilio de Nicea
había fijado el momento astral en que debía celebrarse la Pascua y, a partir de
ésta, el resto de las fiestas religiosas y se veía necesario ajustar el
calendario civil para regular el litúrgico. Ya había habido varios intentos,
pero fue en el Concilio de Trento cuando se impulsó de nuevo la
corrección. En el siglo XVI el equinoccio de primavera caía
el 11 de marzo, en lugar del día 21.
El Papa Gregorio XIII (1572-1585) puso en marcha
una comisión científica de la que formaba parte el cronologista italiano Luis
Lilio, el jesuita Christophorus Clavius, el
cosmógrafo Ignazio Danti y en la que también participó el
matemático hispano Pedro Chacón.
El Pontífice había ordenado levantar un
observatorio en el Vaticano provisto con el mejor instrumental de la época, la
denominada Torre de los Vientos en la que Danti realizó un
meridiano que confirmó las correcciones del calendario con la luz solar que se
filtraba a través de un agujero en la pared sue..
Los expertos coincidieron en que el año
bisiesto se repitiera cada cuatro años, a excepción del último de cada
siglo cuyo número de centenas no fuera múltiplo de cuatro. Así se adaptaba
mejor el calendario al año solar, aunque aún existe un error de casi 26
segundos por año.
El 24 de febrero de 1582 Gregorio XIII promulgó
la entrada en vigor del calendario que después se conocería por su nombre
mediante la bula «Inter Gravissimas»: «Con objeto
de que el equinoccio vernal, que fue fijado por los padres del Concilio de
Nicea en las duodécimas calendas de abril [21 de marzo], se devuelva a dicha fecha,
prescribimos y ordenamos que se eliminen de octubre del año 1582 los diez días
que van del tercero después de las nonas [el día cinco] hasta el día previo a
los idus [día 14], ambos incluidos. El día que seguirá a las cuartas nonas [el
cuatro de octubre], en el que tradicionalmente se celebra San Francisco, serán
los idus de octubre [el 15], y se celebrarán las fiestas de los mártires San
Dionisio, Rústico y Eleuterio, así como la memoria de San Marco papa y
confesor, y de los mártires San Sergio, Baco, Marcelo y Apuleyo».
Diez días «desaparecieron» para los países que
adoptaron el calendario gregoriano. España y Portugal aplicaron la reforma el
mismo día que Roma, el 4 de octubre de 1582. Las vicisitudes para la puesta en
práctica de la reforma llevaron a Felipe II a
firmar un año después la pragmática de Aranjuez para su adopción en todos
sus territorios. Alemania continuaría con el juliano hasta 1700, Inglaterra
hasta 1782, Rusia no lo cambió hasta 1918 y Grecia hasta 1923.
0 comentarios:
Publicar un comentario