miércoles, 27 de noviembre de 2013 0 comentarios

Murakami-Liszt-Le Mal du Pays


“La imagen de Shiro tocando esa pieza le vino a la mente de una forma sorprendentemente nítida, casi palpable. Era como si aquellos hermosos instantes se hubieran rebelado contra la opresión del tiempo y hubiesen remontado el cauce con firmeza.
El piano de cola Yamaha en la sala de estar de la casa de Shiro. Un piano siempre bien afinado, lo cual hablaba de la escrupulosidad de Shiro. Su superficie pulida, sin una sola mancha, ni siquiera una huella. La luz vespertina que entraba por la ventana. La sombra de los cipreses del jardín. Las cortinas de encaje mecidas por el viento. La tetera sobre la mesa. Su cabello negro, bien recogido por detrás, y la mirada seria, concentrada en la partitura. Sus diez largos y bellos dedos deslizándose sobre el teclado. Los pies, precisos al pisar los pedales, dotados de una fuerza que uno nunca habría sospechado en la Shiro de cada día. Y sus pantorrillas, blancas y suaves como piezas de cerámica vidriada. Cuando le pedían que tocase algo, solía interpretar aquella pieza. Le mal du pays. La tristeza, sin razón aparente, que la contemplación de un paisaje bucólico despierta en el alma. Nostalgia, melancolía.
Prestó atención a la música con los párpados entornados, y sintió una opresión desgarradora en lo más hondo del pecho. Parecía que, sin darse cuenta, hubiera tragado un pequeño fragmento de nube sólida.”

Los años de peregrinación del chico sin color. Haruki Murakami.


Le mal du pays es una pieza integrada en la Suite 160 de Franz Liszt, revisada por él, y que formó parte del Album d'un voyageur, compuesto entre 1835 y 1836.

Si en la aclamada historia que le diera fama mundial, Norwegian Wood (Madera noruega), el escritor nacido en Kioto el 12 de enero de 1949 le había pedido prestado el título a Los Beatles, ahora echa mano de Franz Liszt (1811-1886) y su Années de Pèlerinage (Años de peregrinaje), un conjunto de tres suites para piano solo (26 piezas en total) que le llevó 40 años componer al célebre pianista húngaro. De esas piezas, Murakami elige “Le mal du pays”, una partitura que desencadena la historia y que constituye algo mucho más importante que una simple referencia musical en la novela protagonizada por el solitario amante de los trenes Tsukuru Tazaki.
lunes, 18 de noviembre de 2013 1 comentarios

Simonini-Praga-Judíos




“Volví a la biblioteca, pero esta vez en París, donde podía hallarse mucho más que en Turín, y encontré otras imágenes del cementerio de Praga. Existía desde la Edad Media, y en el transcurso de los siglos, como no podía expandirse fuera del perímetro permitido, superpuso las tumbas -cubrirían quizá cien mil cadáveres-, y las lápidas se aglomeraban casi la una contra la otra, oscurecidas por las copas de saúcos, sin ningún retrato que las suavizara porque los judíos tienen terror de las imágenes. Quizá los grabadores habían quedado fascinados por el lugar y habían exagerado al crear semejante setal de piedras, cual arbustos de un páramo plegados por todos los vientos; ese espacio parecía la boca abierta de una bruja desdentada. Pero gracias a algunos grabados más imaginativos que lo retrataban bajo una luz lunar, quedome claro de inmediato el partido que podría sacarle a esa atmósfera de sábado, si entre las que parecían losas de un suelo que se hubieran levantado en todas las direcciones a causa de un movimiento telúrico, hubiera colocado, curvados, embozados y encapuchados, con sus barbas grisáceas y caprinas, a unos rabinos que confabulaban, inclinados también ellos como lápidas en las que se apoyaban, para formar en la noche una selva de fantasmas encogidos. Y en el centro estaba la tumba del rabino Löw, que en el siglo XVII creo el Golem, criatura monstruosa destinada a vengar a todos los judíos.”
El cementerio de Praga. Umberto Eco.



 

En el viejo cementerio judío de Praga no hay lujosos panteones, ni monumentos de costosos mármoles, no hay flores, ni adornos, ni cruces, ni estatuas… allí solo encontraremos miles de lápidas amontonadas sin orden ni concierto, como si en un juego macabro hubiesen sido colocadas azarosamente por manos invisibles en lejanas noches oscuras y silenciosas.
Viendo el reducido espacio del cementerio, no nos salen las cuentas cuando nos dicen que allí hay enterrados más de cien mil judíos. En cambio, en el camposanto tan solo hay unas doce mil lápidas. Esto se debe a que el cementerio se les quedó pequeño y los judíos, sin la posibilidad de ampliarlo, tuvieron que recurrir a realizar los nuevos enterramientos sobre los ya existentes, añadiendo capas de tierra una y otra vez. En algunos lugares del cementerio se pueden contabilizar hasta once enterramientos unos sobre otros. Motivo también del aparente desorden de las lápidas.


El poeta y erudito Avigdor Karo fue la primera persona enterrada en este lugar, allá por el año 1439 y permaneció activo hasta 1787, cuando fue clausurado definitivamente con la tumba de Moses Beck. Cientos de nombres célebres descansan en este lugar, como el sabio del Renacimiento, historiador, matemático y astrónomo David Gans (d. 1613), o el erudito e historiador José Salomón Delmedigo (d. 1655), y el rabino y coleccionista de manuscritos y libros impresos en hebreo David Oppenheim (m. 1736). Aunque sin duda el más conocido de todos es el gran erudito y maestro religioso Judá Loew ben Bezalel, conocido como el rabino Loew (d. 1609), que se asocia con la leyenda del Golem, un muñeco de barro creado por Loew para defender a los judíos de Praga, pero que enloqueció y no pudo cumplir su tarea.


martes, 5 de noviembre de 2013 0 comentarios

Chancillería-Felipe II-F. de P. Villareal.



Uno de los ilustres descendientes del famoso Hernán Pérez del Pulgar, de igual nombre que aquel, y que, como todos sus antepasados llevaba como el mayor título de su antigua nobleza el señorío del Salar, cansado de la vida de la corte, y de sus diarios oficios cerca del rey D. Felipe II, decidió emprender una corta excursión a Granada para conocer toda la belleza monumental de esta ciudad y poder, asimismo, visitar su casa y castillo solariegos, pudiendo después volver a Madrid ya tranquilo de conocer el sitio donde su valiente abuelo había  alcanzado el honroso título de guerrero de la Hazañas.
Visitó detenidamente la Alhambra y el Generalife, los otros palacios que aún quedaban en pie, y la casa donde vivió Pulgar en Granada, y ya iba a marchar al Salar, para de allí dirigirse a la corte, cuando uno de sus parientes que a todas partes le acompañaba, le significó la idea de que también visitara la Chancillería, recientemente construida.




Gustosísimo aceptó la idea el señor del Salar. Se dirigieron a la Plaza Nueva, y desde luego pudieron admirar la grandiosidad de aquella obra con solo reparar en la fachada y leer la inscripción en ella colocada, que revelaba a todas luces el gran respeto que la justicia le inspiraba a Felipe II.
Atravesaron el dintel, y notó el señor del Salar con extrañeza, que la escalera contrastaba notablemente con toda la grandiosidad del palacio; pero su deudo le explicó aquella diferencia por no haberse concluido el edificio y haberse retirado de Granada los mármoles a la escalera dedicados, para ser trasladados a Castilla, y que sirviesen, con otros, para la edificación del Escorial.
Una vez en los corredores altos, vieron estaba celebrándose audiencia, y cual si fuere la cosa más natural del mundo, penetró D. Fernando Pérez del Pulgar en la sala donde se celebraba la vista pública de un proceso, sumamente distraído, reparándolo todo y sin descubrirse ante los oidores que presidían el tribunal.
Todos se escandalizaron de semejante proceder. Los ujieres quedaron como petrificados ante tanta audacia, y el presidente, ciego de cólera, viendo la serena actitud del caballero le reprendió duramente, ordenándole se descubriese.
Este, con tranquila calma manifestó su extrañeza por esta exigencia, invocando su privilegio de ser caballero cubierto ante el rey, y sin descubrirse, salió sereno de la sala de audiencia, demostrando con su calma que se creía muy superior a los representantes de la humana justicia.
En el interín, los oidores suspendieron la visita. Deliberaron sobre la altanera actitud del señor del Salar y le impusieron una multa, cuyo pago se le exigió aquella misma tarde.
Pero él, alzándose de aquel acuerdo para S.M., marchó precipitadamente a Madrid, sin ver siquiera sus posesiones del Salar, pidió en el acto audiencia al rey, y contándole el caso, que lo creía abuso de autoridad en la Chancillería, obtuvo de Felipe II esta solemne respuesta:

-Eres caballero cubierto delante de mí, pero no lo eres, ni nadie lo será nunca, en presencia de la sacratísima justicia que representan en Granada mis oidores. Paga la multa que te han impuesto, y sirva para concluir la escalera de aquel edificio.

Nada replicó el señor del Salar. Pagó la multa, y cuando pasados algunos años volvió a Granada para conocer sus propiedades, fue a ver también la escalera de la Chancillería, a su costa terminada.  

El Libro de las Tradiciones de Granada. Francisco de P. Villa-Real.

 


 
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