miércoles, 5 de febrero de 2014

Boecio-John Kennedy Toole- Ignatius J. Reilly




Ignatius dobló la esquina y aparcó el carro contra un edificio. Abrió las diversas tapas y se preparó un bocadillo que devoró ávidamente. Su madre llevaba toda la semana de un humor violento, negándose a comprarle Dr. Nut, aporreando la puerta de su cuarto cuando intentaba escribir, amenazando con vender la casa e irse a vivir a un asilo de ancianos. Le hablaba a Ignatius del mérito del patrullero Mancuso que, pese a tenerlo todo en contra, luchaba para conservar su trabajo, quería trabajar, no se desanimaba por la tortura y el exilio en los servicios de la estación de autobuses. La situación del patrullero Mancuso le recordaba a Ignatius la de Boecio, cuando estaba preso por orden del emperador antes de ser ejecutado. Para pacificar a su madre y mejorar las condiciones de vida en casa, le había dado “La consolación por la filosofía”, una traducción inglesa de la obra de Boecio, escrita mientras sufría una prisión injusta, y le había dicho que se la diese al patrullero Mancuso para que la leyera mientras estaba escondido en su cabina.

 La conjura de los necios. John Kennedy Toole.






(Ancio Manlio Torcuato Severino; Roma, h. 480-id., 524) Político, filósofo y poeta latino, autor de De la consolación de la filosofía. Representante del neoplatonismo, se inclinó por el estoicismo y las ciencias exactas, y se erigió en uno de los fundadores de la filosofía cristiana de Occidente.
El propio Boecio nos dejó un breve resumen de su vida en el primer libro de su obra más célebre, De la consolación de la filosofía. Boecio pertenecía a la gens Anicia, cristiana desde hacía ya más de un siglo y que había prestado al Imperio importantes servicios. Fallecido muy pronto su padre, que fue cónsul en 487, halló un maestro y un amigo en Quinto Aurelio Símmaco, con cuya hija Rusticiana se casó más tarde y al cual se sintió atraído a lo largo de toda su vida por una profunda veneración.
Poseedor de una amplia cultura, de la que formaba parte el perfecto conocimiento del griego, se entregó en un primer período al estudio y concibió el vasto proyecto (sólo llevado a cabo en una mínima proporción) de traducir al latín todas las obras de Platón y Aristóteles, para demostrar la mera apariencia de las supuestas disparidades existentes entre sus respectivos sistemas filosóficos.
Llegado luego a la vida política, obtuvo en ella un éxito rápido y singular: fue primeramente cuestor y después cónsul a los treinta años (510); y en 522 pudo ver a sus dos jóvenes hijos elevados a este último cargo. Según él mismo confiesa, hasta este momento vivió plenamente feliz: muy bien considerado por Teodorico, apreciado y amado por los hombres más ilustres de la época (entre los cuales figuraban Casiodoro y Ennodio), poseedor del afecto de una familia ideal y envidiado por su cultura y su poder, parecía ver colmados todos sus deseos.
No obstante, en breve espacio de tiempo su fortuna cambió por completo y lo llevó a conocer una caída más rápida aún que el ascenso. Tras haber defendido en Verona, y ante el mismo Teodorico, al senador Albino, quien había sido acusado de traición en favor del emperador de Bizancio, Justino I, el propio Boecio se vio envuelto en la acusación, y fue encarcelado en Pavía, condenado a muerte y cruelmente ajusticiado en 524. 


Se trató, con toda seguridad, de un proceso político; sin embargo, muy pronto se le dio un carácter religioso que procuró al reo el nombre, la fama y los honores del martirio y la santidad. Como personaje político, Boecio destaca en la historia de Italia por sus tenaces intentos de establecer el acuerdo y la unidad entre romanos y godos; sólo una violenta resurrección de la barbarie en el espíritu de Teodorico hizo fracasar sus generosos planes, que Boecio pagó con la vida.
No obstante, es todavía más elevado el nivel que ocupa en la historia de la cultura y de la civilización europeas: en la primera, por haber hecho asequibles al mundo occidental las fuentes griegas del saber mediante las traducciones de algunos de los principales tratados filosóficos (las Categorías, el De interpretatione y otros textos lógicos de Aristóteles, y la Isagoge de Porfirio) y las artes del cuadrivio, lo cual facilitó a las escuelas los instrumentos indispensables para la investigación; y, en la otra, por la meditación ofrecida a los siglos en la obra De la consolación de la filosofía, escrita en la cárcel, y que, junto a la Biblia y la Regla de los monasterios de San Benito, fue uno de los libros más leídos de toda la Edad Media.
Aun despojada de los elementos legendarios que pronto se le superpusieron, la figura de Boecio resulta ser una de las más significativas de los siglos medievales; y, precisamente, ha sido adoptada como símbolo del paso de una etapa cultural a otra era nueva: la que había de dar lugar, en una laboriosa y fecunda fusión de principios antiguos y recientes, a la civilización moderna.

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